El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 21, 2006

DESAPARECIDOS EN DEMOCRACIA

(27.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

La rutilante democracia chilena de pronto cae en la opacidad. Muestra defectos de la nación subdesarrollada en que se encuentra. No todas las instituciones funcionan y las que parecen funcionar, demasiado a menudo arrojan sorpresas como para teñir de rubor las mejillas. Tal vez -sólo tal vez- una que otra autoridad bajará sus grados de soberbia. Pensará dos veces antes de ufanarse de nuestro nivel de desarrollo democrático.

Ahora es el Servicio Médico Legal (SML). Y nuevamente son familiares de detenidos desaparecidos los que tienen que soportar dolor, impotencia, rabia. Cómo no comprender a quienes sienten tales sensaciones. Cómo no acompañarlos en el trance dramático de revivir la historia siniestra de la que creían había llegado a un final. Son 48 cadáveres los que se identificaron erróneamente. Y al pesar que puede provocar una equivocación, ahora se ha unido una lacerante duda: ¿Hubo sólo ineficiencia en la tardanza de la información?

Ya el aparato estatal se prepara para buscar responsables y definir culpables, si los hay. Está bien. Es lo que corresponde. El Poder Judicial se halla involucrado en una doble condición. Como el encargado de determinar quien urdió esta horrible trama y, también, como la mano ejecutora que no trabajó con la prolijidad que se requería. El Poder Legislativo se abocará a encontrar responsabilidades políticas. Acerca de eso, todos los sectores han hecho declaraciones rimbombantes. Desde el Partido Socialista (PS) hasta la Unión Demócrata Independiente (UDI). Concertación y oposición están en completo acuerdo. Y el Partido Comunista ha dado un paso más, pidiendo un ministro en visita.

Pese al drama, la reacción parece ser políticamente correcta. Sin embargo, creo que es bueno hacerse algunas preguntas. La primera y más obvia ¿Por qué se conoce esto sólo ahora? La abogada Pamela Pereira, socialista, hija de padre detenido desaparecido, ha lanzado un manto de dudas. Si sus palabras son ciertas -y hasta ahora nadie las ha desmentido-, la administración anterior conocía lo que ocurrió al menos desde mediados del año 2005. Incluso, ha revelado una conversación que habría sostenido con el Presidente Ricardo Lagos. En esa oportunidad, afirma que le expuso sus dudas acerca del trabajo del Servicio Médico Legal. Lagos se mostró muy impactado. Las mismas certezas que Pamela Pereira dio a conocer al Presidente, las había entregado antes a la Corte Suprema de Justicia.

Curioso lo que ocurrió después. Los principales responsables de lo que pasaba siguieron en sus puestos. El Ministro de Justicia, Luis Bates, y el Director del SML, Óscar Vargas, no fueron removidos. El primero terminó sus funciones con el fin del período de Lagos y Vargas aún mantiene su cargo. Curioso. Pero no es lo único que llama la atención. ¿Por qué la denuncia no fue hecha, con la fuerza de hoy, en el mismo momento en que se tuvieron los primeros indicios? Estaba el informe de la Universidad de Glasgow. Y Pamela Pereira agrega que había otra serie de antecedentes. ¿Por qué ella no expuso los hechos ante la opinión pública? Seguro que en ese momento habría tenido una cobertura abrumadora de la prensa chilena, mayoritariamente en manos conservadoras. Estábamos en época electoral. El caso era un bocado apetitoso para fauces electoreras. ¿Pamela Pereira privilegió no dañar la posibilidad de que otro camarada de su Partido siguiera encabezando el Gobierno?

Y es aquí donde se enmaraña todo. Los ex ministros de Justicia Francisco Cumplido, Soledad Alvear y José Antonio Gómez, han salido también a este baile de culpabilidades. Alvear y Gómez, hoy ambos senadores, deslindaron responsabilidades. Afirman que hicieron todo lo posible, de acuerdo a los medios con que contaban, por avanzar en este penoso tema. Y no hay por qué no creerles. El problema es que en el terreno de los derechos humanos, ya el ex presidente Patricio Aylwin delimitó el accionar en una frase que hace recordar las palabras de los ex ministros. Dijo que en cuanto a las atrocidades cometidas por la dictadura, se aplicaría justicia “en la medida de lo posible”. Parece que seguimos así. Claro, ahora la medida posible no es la amenaza castrense -espero-, sino limitaciones humanas y tecnológicas.

Los próximos días estarán marcados por las voces políticas altisonantes. La derecha hará méritos democráticos condenando un accionar que fue provocado por los crímenes que se negó a reconocer y rechazar en el pasado. Los parlamentarios de la Concertación intentarán -con valiosas excepciones- mostrar por el caso un interés que en otros momentos no han tenido. En fin, los fuegos de artificio de nuevo estallarán en el Congreso y en la sede de los partidos políticos. La esperanza estará centrada, sin embargo, en el Ejecutivo. Hasta ahora, la presidenta Bachelet ha dado demostraciones de querer cumplir lo que promete. No hay razones para pensar que La Moneda, como dijo el ministro Secretario General de Gobierno, Ricardo Lagos Weber, vaya a intentar quitarle el cuerpo al bulto.

En situaciones como ésta se encuentra en juego la fortaleza de la democracia chilena. Aquí es donde se debe demostrar si nos acercamos o no al fin de la transición. Es una medida concreta, no el deseo ególatra de alguna autoridad.

¿HIPOCRESÍA, EGOÍSMO, ESTUPIDEZ?

(19.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

A veces creo que son todas estas cosas juntas. Pero no es una apreciación justa de la realidad. Sólo en contadas oportunidades se superponen los tres atributos que dan el título a esta crónica. Y es cuando uno descubre las acciones por lo burdas. Generalmente, la estupidez es superada por destellos de inteligencia -deslumbrantes, a veces- que llevan consigo la hipocresía y, sobre todo, el egoísmo que acompaña a la avaricia.

Estoy hablando de Chile. De política chilena, de macro y micro política. De políticas públicas y de negocios privados. De iniciativas que afectan a la mayoría de los ciudadanos. Y éstos poco pueden hacer. Casi siempre, ser observadores algo azorados de una realidad que los sobrepasa y, peor aún, que los perjudica abiertamente. Es que no estamos en Francia. Nuestra democracia es más bien chucuta, como diría un venezolano. Es rabona. Ni qué pensar en realizar movilizaciones de tal magnitud que la autoridad se vea obligada a revisar sus decisiones. Finalmente, eso es participar. Hacer sentir la voz en cuestiones que nos incumben.

Definitivamente, no estamos en Francia. No tenemos organizaciones fuertes de representación ciudadana. Ni sindicatos poderosos, ni agrupaciones estudiantiles con capacidad de convocatoria. Sólo partidos políticos que son bolsas de trabajo, para pocos. Por eso, aquí la fórmula del famoso primer contrato funciona no únicamente para los jóvenes. Cualquiera, a cualquier edad, puede estar sujeto al despido “por necesidades de la empresa”. Maravillas de la flexibilización laboral. Y para que hablar de la relación contractual vía boleta de servicios: el trabajador se queda sin vacaciones y sin previsión. Más aún. Debe hacerse todo un esfuerzo para lograr que los mall y otras empresas den permiso a sus trabajadores para votar, por ejemplo. Ni qué decir que respeten feriados. Pero el viernes santo, ¡ah!, no. Eso es otra cosa. Bienvenido sea. Aunque me asalta una duda: ¿Eso es sensibilidad social o beatería? Son dos cosas distintas, me parece. Y frente a todo esto, nadie dice nada. ¿Es hipocresía hacerse los lesos?

En estos días somos testigos de la pugna interna de la mayoría de los partidos nacionales. Se trata de renovar sus directivas. Y vemos cómo se enfrentan sus líderes. Pese a la dureza de los epítetos, son incapaces de exhibir diferencias contundentes. Se escuchan acusaciones cruzadas de falta de democracia interna. El fenómeno ocurre en el Partido Socialista (PS), en la Democracia Cristiana (DC), en el Partido por la Democracia (PPD), en la Unión Demócrata Independiente (UDI), en Renovación Nacional (RN). Desde la izquierda a la derecha. Curiosa sincronía. Sobre todo que los acusadores y sus contradictores, cual más cual menos, han ejercido el poder interno y ayudado a que los partidos sean cómo son. Puro afán de poder. De ese poder mezquino que se identifica no con ideologías políticas o matices ideológicos, sino con la necesidad de acercarse al lugar en que se corta la torta. ¿Eso es hipocresía?

Pero hay más. Resulta vergonzoso que una derecha, carente de prestancia, tenga que disfrazarse de izquierda para mostrarse a la ciudadanía. Es patético ver a los diputados de la UDI reclamando contra la eventual concesión de las calles del centro de Santiago. Si son esos mismos personajes los que iniciaron la privatización de los servicios básicos en Chile. Son ellos los que, durante la dictadura, delinearon el modelo que permitió entregar empresas estatales a privados. Todo vendido a precio vil, por supuesto. Si, ellos fueron los iniciadores, pero las privatizaciones y concesiones continuaron en estos 16 años de gobiernos de la Concertación.

En cuanto a la izquierda, se limita al diagnóstico. Cuando sus líderes son consultados por los caminos a seguir para remediar los males que denuncian, se limitan a decir que hay que organizarse. ¿Detrás de qué proyecto? ¿Para qué son los líderes?

Y seguimos. Se anuncia la solución de los problemas de la movilización pública en la capital. El Transantiago traería luz a un área que siempre fue oscura. Los beneficiados, todos los santiaguinos que ahora podrían dejar su automóvil en la casa. Puro ahorro y baja de tensiones. Pues, no. El Transantiago se transforma, por arte de magia negra, en algo más de lo mismo turbio. ¿Será espejismo o estupidez?

Otro botón. El enigma del asesinato de Eugenio Berríos, el despiadado químico que trabajó para organismos de inteligencia de la dictadura, comienza a esclarecerse. Tres militares uruguayos son extraditados. Un gran avance para las democracias de América del Sur, dicen. ¿Adónde son encarcelados? Pues, en recintos especiales. Dos de ellos en cuarteles de sus colegas chilenos -con los que se coludieron en el pasado para ocultar a Berríos y luego, cuando se transformó en peligroso, asesinarlo- y el otro en la Escuela de Gendarmería. ¿Hipocresía? Y columnas de miles de chilenos salen a las calles para decirles a sus dirigentes que no somos tontos. No, tranquilos, no estamos en Francia.

Un transeúnte camina por una calle céntrica de Santiago. De un edificio nuevo se despende una plancha de mármol y lo golpea en la cabeza. Queda grave. ¿Control ineficiente, estupidez, corrupción, avaricia?

Pascua Lama sigue adelante. Las autoridades medioambientales nacionales hacen declaraciones rimbombantes. Uno sabe que no es cierto lo que dicen. Que no habrá ni decisión, ni menos fuerza, para imponer el interés general sobre la avidez privada. La esperanza radica en que finalmente impere la racionalidad. Que el nuevo gobierno haga lo que no hizo la administración del exitoso Presidente Ricardo Lagos. Que lleve a cabo la promesa de establecer políticas que combinen crecimiento económico con autosustentabilidad medioambiental. Que convenza que eso también es dinero. Es el único argumento que puede convencer en una sociedad donde el derecho de propiedad se encuentra por sobre los derechos humanos. Así está el mundo.

¿EN QUÉ QUEDAMOS?

(13.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Ya es una sentencia. Un juicio inapelable. Además, un paradigma. El mercado es el gran derrotero que guía nuestras vidas. Y lo hace de manera perfecta. Es insobornable, responde a las necesidades humanas sin distingos molestos. No tiene otra apetencia que satisfacer la demanda. En fin, una entelequia que no sé por qué no inventaron antes. Pero ya está, la tenemos.

Lo neoliberales lo ponen como aditamento indispensable para el mundo globalizado en que vivimos. No son los únicos. Las pleitesías vienen también de quienes -reconociendo que no tienen alternativa que ofrecer- dicen abominar del neoliberalismo o que, al menos, tratan de edulcorarlo. Claro, hay diferencias. Los primeros hablan de economía de mercado. Así, a secas. Los segundos, en cambio, abogan, intrépidos, por imponer la economía social de mercado. Una diferencia abisal.

Cierto, hay quienes se oponen derechamente a este pensamiento único que parece barrer el mundo con vientos embravecidos. Sobre ellos atraen epítetos que se identifican con la vejez, que es lo mismo que decir caduco, en este escenario hedonista que sólo admira lo turgente, lo terso, lo enhiesto, aunque la sabiduría tenga cara arrugada, le pesen bolsa en los ojos y la flacidez sea su símbolo de manejo sobrio de la adrenalina.

El mercado, pues, es lo moderno. El rector adecuado para dirimir toda diferencia. Sin embargo, hay indicios que señalan lo contrario. Demuestran que el mercado ni es transparente, ni soporta las presiones de grupos de poder. Ejemplos en Chile hay muchos. Pero parece que no quisiéramos verlos. O, lo que viene a ser lo mismo, el jabón con que nos lavan el cerebro los medios de comunicación es tan efectivo, que el presidente Ricardo Lagos deja el poder con cerca del 70% de apoyo popular. Una demostración clara de que una mayoría contundente de chilenos cree que el mercado lo beneficia. ¿Será cierto tanta maravilla? Veamos.

El último episodio que le hace entrar dudas a uno se vivió el fin de semana pasado. El Banco de Chile había organizado una feria tecnológica. En ella participarían veinte de las empresas más grandes que operan en el país en esta área. Entre ellas, Sony, LG, Sharp, Samsung, HP, Toshiba. Todas transnacionales de peso. La novedad, los clientes del Banco podrían comprar cualquier artículo a 12 meses plazos, sin intereses. Eso bastó. Las multitiendas, encabezadas por Falabella, mostraron las garras. Los proveedores, que ya estaban comprometidos bajo contrato para la Feria, recularon. Y el Banco tuvo que dar explicaciones y ofrecer por el fin de semana un sistema similar por cualquier compra de aparatos electrónicos con su tarjeta. Una operación mucho menor de lo que se esperaba en el evento que tendría lugar en Casapiedra. Y que no deja utilidades al Chile, excepto lavar la afrenta, cuestión que no es menor, ciertamente.

Resulta difícil pensar que trasnacionales tan poderosas como Sony o Samsung se dejen amedrentar por Falalbella, Almacenes París o Ripley. Pero si uno mira las cifras, ve que en el mercado las aguas turbias vienen acompañadas de muchos ceros. Mensualmente, Falabella vende algo más de 8 mil millones de pesos en electrónicos. Cifras algo menores aportan las otras tiendas por departamento. Son sumas que, para el mercado chileno, resultan atractivas para cualquier empresa. Sea un monstruo transnacional o un proveedor menor. Claro, con estos últimos ni siquiera se habría necesitado presiones.

La pelea recién comienza. Y seguramente veremos otros episodios como el descrito. Puede que sea interesante. Hasta el momento en que las cosas se sinceren entre los competidores. Nadie va a querer perder de ganar y se pondrán de acuerdo. El único perjudicado será el consumidor. Porque es falso aquello de que en el mercado lo que opera es la competencia. Es falso que los empresarios no entren en el ámbito corrupto de torcerle la nariz a la ley, si es que la hay. O, lisa y llanamente, lleguen a entendimientos lesivos para los ciudadanos. Ha pasado y seguirá pasando. Lo vemos en las gasolineras. El acuerdo entre las empresas es evidente. Las autoridades lo saben. Los consumidores lo saben y todos nos hacemos los lesos. Como si protestar pudiera amenazar la paz que entrega este icono que es el mercado. Lo constatamos en los aumentos de tarifas en las autopistas, en los precios de los servicios públicos como el agua, la luz, el gas. En los permisos de explotación de recursos naturales, o para la instalación de empresas, claramente lesivos para el medio ambiente.

Uno se pregunta ¿y las autoridades? Es una inquietud justa. Pero cuando la ideología imperante deja todo librado al mercado, pareciera que no hay nada que hacer. Excepto, aceptar que la corrupción está en la otra acera. Ver como se desacredita, injustamente en muchos casos, a funcionarios públicos. Ser testigos de la pretensión de achicar aún más el aparato estatal. Un aparato ya pequeño para enfrentar desafíos de grupos que hacen retroceder a transnacionales varias veces más grandes que el propio Estado chileno.

No estamos en el mejor de los mundos. Uno tienen derecho a preguntarse ¿En qué quedamos? ¿El mercado es o no transparente? ¿Funciona la tan cacareada libre competencia? ¿O somos sólo los consumidores los que estamos a merced de este artilugio que los empresarios manejan a su antojo? ¿En qué quedamos? En que necesitamos a un Estado que defienda a los chilenos. Con clara conciencia de que primero están los derechos humanos básicos y, después, el derecho de propiedad. En otras palabras, que las autoridades comprendan que el compromiso primordial es con el interés general. No con el crecimiento económico que se concentra en pocas manos.

ALGO HUELE MAL….

(10.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

No es Dinamarca, no soy Hamlet, y quien pone estas palabras en el cíber espacio no es Shakespeare. Como ciudadano común, recuerdo al genio británico para llamar la atención sobre la justicia chilena. Acerca de lo que ha quedado al descubierto con el rechazo a que el ministro Carlos Cerda llegue a la Corte Suprema.

Nada es nuevo. Pero los chilenos tenemos mala memoria. Entre tanta frivolidad, ligereza, consumo y sensualidad, las herramientas nemotécnicas se van agobiando. Se ponen laxas. Dejan pasar acontecimientos fundamentales. Y cuando vuelven a presentarse, como sí tal cosa. Pareciera ser el típico síndrome del circo, que los romanos amalgamaron tan bien con el pan. Con eso bastaba para un pueblo ignorante. Hasta ahora no he escuchado a ninguna autoridad chilena que se ufane de darle al pueblo sólo estos dos elementos. Pero aquella frase de Eugenio Tironi, durante el gobierno de Patricio Aylwin: “no hay mejor política de comunicaciones que no tener política de comunicaciones”, es casi lo mismo. Basta con entretener. Con dar la sensación de que estamos en democracia. De que todos decidimos lo que hacemos. Que cuando votamos elegimos a quienes queremos que nos representen. Pareciera que esa sensación es suficiente. Que estemos convencidos que somos amos de nuestros destinos. Por lo menos los romanos sabían que sólo tenían pan y circo. Acá ni siquiera eso. Nos han convencido que el futuro lo manejamos con mano segura. Por eso, a veces es bueno pararse a revisar si tanta belleza es real.

Carlos Cerda iba a ser sacerdote. Su guía espiritual le aconsejó que esperara un año antes de decidir. En ese lapso entró a la Universidad a estudiar Derecho. Entre tanta compañera buenamoza, enamoró. Los hábitos fueron superados por la pasión. No se arrepiente. El apostolado que debía comprometer con Dios -sin dejar de lado a éste- lo orientó a la justicia. Y ese ha sido su afán. Sin temor. Si medir pequeñas ventajas antes de emitir sus juicios en procesos que harán la historia que viene. En su larga vida judicial ha demostrado que no tiene dobleces. Que sabe que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Convicción contraria a todo diplomático.

Claro, eso no gusta. Tiene enemigos dentro y fuera del Poder Judicial. Los de adentro condenan el rechazo a la genuflexión y el ser distinto. Ese afán de no sumarse a la hipocresía nacional. Los de afuera le reprochan no respetar sus íconos. Cómo se le ocurre condenar a un asesino ladrón que está viejo. Esa es una clara demostración de que no sabe mirar al futuro. ¡No puede ser miembro de la Corte Suprema!

Y Carlos Cerda ha visto truncada su carrera quizás para siempre. En el Senado, 21 parlamentarios -necesitaba 25 votos- creyeron que él debía llegar al máximo tribunal. La oposición -excepto Alberto Espina- con sólo 16 votos, dijo no. Utilizó el veto que le da esta Constitución bendita que fue reformada pomposamente por el presidente Ricardo Lagos, pero que, gatopardísticamente, quedó igual en sus partes esenciales. Me refiero a ciertos quórum como éste o al sistema binominal.

Sin embargo, circunscribirse al episodio de Cerda, es menor. El ex ministro Juan Guzmán fue más a fondo. Tomando como base esta anécdota, lanzó acusaciones graves contra la Justicia. Dijo lo que pocos se atreven a sostener, pero que el chileno medio sabe, si no la justicia no estaría entre las instituciones peor evaluadas del país. Alertó sobre la venalidad de algunos jueces. Acerca del clasismo que impera entre los magistrados. En fin, dijo verdades de un sistema que requiere ser cambiado de raíz y no sólo con reformas cosméticas, por más caras que resulten. Que necesita terminar con esos claroscuros que tiene nuestra institucionalidad y que a algunos los hace ufanarse porque “funciona”.

El mal va más allá. El senador de Renovación Nacional Alberto Espina reconoció que los políticos estaban en deuda con el Poder Judicial. Que cuando toman decisiones, como la que afectó a Carlos Cerda, lo que están haciendo es politizar la justicia. Una aberración, claro. Y sigue allí. ¿Por qué? De alguna manera, porque nadie quiere perder las migajas que entrega esta política de los consensos a todos lo que ejercen el poder –y quienes están en la judicatura tienen su cuota.

En el Poder Judicial no hay autocrítica. Se encierra sobre sí mismo, como si sus integrantes estuvieran ajenos a la condición humana de equivocarse y poder mejorar. Es la prensa la que tiene que descubrir que una jueza choca borracha un vehículo fiscal que se niega a devolver. En general, un manto de silencio cubre las debilidades de los que están en la judicatura. Y se pretende que creamos que están más allá del bien y el mal. Nadie les pide eso. Sólo que cumplan con aplicar la ley y hacer de ello un apostolado. Allí hay un compromiso ético. Y del él no puede estar ajena la estructura superior del país. La estructura política, en su conjunto. Hay que partir por aplicar de manera tajante las normas éticas que la sociedad respeta o se compromete a respetar. Ello considera el ejercicio de todos aquellos vinculados al sector, incluidos los abogados. No es posible que tengamos a juristas dedicados a torcerle la nariz a la realidad, cuando no a la ley. Y eso se presenta como un éxito, no como una falta de respeto a todo un pueblo. Claro, esto pasa en un país en que el pueblo está mareado por el mal olor de las fieras del circo.

Algo huele muy mal en la justicia. Pero el hedor no sólo proviene de los jueces.

PROLEGÓMENOS

(4.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Estamos recién en los inicios. En los prolegómenos del gobierno de Michelle Bachelet y ya se nota el rayado de cancha que hará la oposición. Uno tiende a pensar que la derecha no estaba preparada para una mujer presidenta. Una cosa eran las encuestas y hasta el resultado de la elección y otra verla en acción. Eso parece haber creado desconcierto. Y ya se ven los primeros finteos. Cosa curiosa, se dan en el terreno valórico.

Las discrepancias comenzaron por la “píldora del día después” y la “muerte digna”. Dos aspiraciones que la presidenta trató de impulsar cuando era Ministra de Salud, durante el gobierno de Ricardo Lagos. El mandatario de entonces prefirió evadir conflictos y archivó el proyecto de entregar la píldora en los consultorios públicos, incluida la defenestración del subsecretario del ramo. Y cuando se alzaron voces airadas señalando que la “muerte digna” era eutanasia disfrazada, Lagos optó por la retirada. Un esquive que, entre muchos, explica el 70% de apoyo con que terminó su mandato. Pero parece que la señora Bachelet no olvidó sus convicciones ni sus propuestas de campaña. Y ella ha dicho que cumple lo que promete.

Tal vez por eso, cuando fue entrevistada por el diario La Segunda, su ministra de Salud, María Soledad Barría, no dudó. Aceptó hablar de ambas ideas. Eso bastó. La Iglesia Católica y las corrientes políticas en que influye se dieron un festín. Se escucharon nuevamente las acusaciones respecto de lo abortiva que es la píldora. Y en cuanto a la posibilidad de que un enfermo terminal ejerza su derecho de evitar se le prolongue la vida artificialmente, de nuevo se agitó el fantasma de la eutanasia.

Dos temas valóricos. Como para poner a prueba a la mujer que es la primera presidenta en la historia de Chile. Curioso. No tanto que la Iglesia intente hacer valer derechos que cree tener sobre todos los habitantes del país. Finalmente, eso es sólo engolosinarse con el poder. Curioso que se trate de minar por esta vía la credibilidad de Bachelet. Pero más allá, el tema pone en el escenario una cuestión que se ha postergado: las definiciones valóricas. En esta materia, la Concertación ha sido maestra. Primero, el presidente Patricio Aylwin utilizó aquella frase de “justicia en la medida de lo posible”. Una contradicción, pero así es Chile. Luego, Eduardo Frei Ruiz Tagle ni siquiera se comprometió profundamente para desentrañar el misterio de la muerte de su padre, el ex presidente Eduardo Frei Montalva. Ricardo Lagos optó por dejar que las instituciones funcionaran. Al igual que sus dos antecesores, no avanzó en empujar a Chile hacia los nuevos desafíos. A asumir que el mundo cambió y, con ello, la visión moral de la sociedad. Es cierto, durante su gobierno se promulgó la ley que considera la posibilidad del divorcio. Pero hay que resaltar que Chile fue uno de los últimos países en reconocer la posibilidad de que el matrimonio no es para toda la vida. Y, más que eso, que la unión entre dos personas sólo puede mantenerse mientras ellas así lo deseen. Si se trata o no de un sacramento, depende de si profesan un determinado credo, pero tal concepción no tiene por qué aplicarse a todos los chilenos. No hay que olvidar que la Iglesia y el Estado se separaron en 1925. Gracias a la Constitución vigente desde ese año, Chile dejó de ser un estado confesional. Se transformó en laico.

El mundo ha cambiado bastante desde aquellos tiempos. Hoy, la gente quiere tener más injerencia en los asuntos que le atañen. Y los temas valóricos se encuentran en esa calidad. Si nos atenemos a las encuestas, que es la única forma de conocer posiciones -en un país en que nadie se atreve a plebiscitar cuestiones trascendentes-, una mayoría abrumadora está por el divorcio, el uso de anticonceptivos y a favor de la libertad para elegir una “muerte digna”. Incluso el 77,5% de quienes se reconocen católicos cree que la Iglesia debería cambiar su posición contraria respecto de los anticonceptivos. El 72,4% piensa lo mismo en relación al divorcio. La encuesta fue realizada por el Mercurio y la empresa Opina S.A., entre habitantes de Santiago. La jerarquía eclesiástica ha reaccionado severamente pero con algo de cautela. El cardenal Francisco Javier Errázuriz advirtió acerca de los “católicos a su manera”. Y los conminó a asumir la “responsabilidad de ser a su manera”.

Hasta allí, el tono es comprensible. La amenaza de una excomunión, por ejemplo, podría hacer pensar a algunos católicos. Pero ello no es aplicable al resto de los chilenos. Y es por eso que cuando se tratan temas valóricos como la píldora del día después o la muerte, uno tiene que remitirse al laicismo. Estamos en una Estado laico. Un Estado que vela porque todas las ideologías religiosas tengan cabida. Que ninguna imponga su mirada excluyente. Que cada chileno pueda tomar la decisión que estime conveniente frente a estos temas. Es, precisamente, el sentido laico el que hizo que el Consejo de Estado francés rechazara la prohibición de usar el shador y otros distintivos religiosos en escuelas públicas. Para ello se amparó en la calidad laica del Estado galo.

En Chile estas precisiones parece olvidarlas la Iglesia Católica. Intenta imponer su visión unívoca. Obligar a aceptar su verdad. Eso significa un atropello. Un atropello a la libertad de conciencia. Un atropello a la dignidad de las personas que, aparentemente, no pueden pensar por sí mismas ni siquiera frente a su propia muerte.

ALGO ESTÁ PASANDO

(24.3.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

El bombazo fue en La Paz, pero las esquirlas se esparcieron por toda América Latina. Como nos tienen preocupados de otras cosas, capaz que hayan sido pocos los que se dieron cuenta. Siempre pensamos, hasta que la trampa nos atrapa los dedos, que las cosas malas pasan en confines que sólo la virtualidad de la TV nos permite apreciar. Jamás entre nosotros.

Hubo dos muertos y el Alojamiento Linares y el Hotel Risinho quedaron prácticamente demolidos. ¿Los culpables? Hasta ahora, un norteamericano con el nombre de utilería “Lestat Claudius”, personaje de novela, y su esposa, la uruguaya Alba Ribeiros. Dos seres salidos como a propósito para crear desconcierto, además de destrucción y muerte. Las investigaciones de la policía boliviana tendrán que decir la última palabra. Pero ya el presidente Evo Morales adelantó su juicio. Éste voló directamente hacia Washington y a la oligarquía local. Para algunos, se apresuró Evo. Sobre todo en cuanto a la responsabilidad de la administración Bush. Otros, sin embargo, se han limitado a mirar la historia. Ni siquiera tuvieron que hacer un esfuerzo nemotécnico estresante. Siempre que alguna piedrecilla molesta en el zapato norteamericano, comienzan a pasar cosas extrañas hasta que el pedrusco sale disparado.

Tal vez Evo Morales es un personaje mucho más incómodo de lo que uno imagina. Con el apoyo ciudadano por sobre el 60%, es aventurado pensar que ejercerá un liderazgo tenue. Y como ya se sabe lo que ha pasado en Venezuela, no es descabellado presumir que alguien no quiere que la experiencia se repita. Además, la desestabilización de Bolivia podría parar a otro recién aparecido que está a punto de sepultar nuevamente las aspiraciones del esquema político tradicional peruano. La cercanía es cosa peligrosa.

Alguna vez el Ande fue uno solo. El peso de las etnias quechua y aymará resultó determinante en el pasado y, en momentos de crisis, los recuerdos afloran. Así, podríamos tener a un tercer país comprometido en una aventura curiosa y de proyecciones insospechadas. En Bolivia, Evo; en Perú, Ollanta Humala, y en Ecuador, algún líder indígena que tendrá que aparecer.

Hoy, Ollanta Humala encabeza las encuestas de opinión en el Perú. Las elecciones presidenciales son en abril y existen pocas posibilidades que la democratacristiana Lourdes Flores, segunda en las preferencias, revierta el orden en los guarismos. Por el contrario, Humala capta cada día más adeptos entre los jóvenes de sectores pobres. Además, todo parece indicar que Ollanta ha aprendido rápidamente. Ha limado las aristas de su discurso que, hace sólo un año, lo mostraba como un nacionalista a ultranza. Un ex militar que culpaba de todos los males a Chile, a los judíos y a los norteamericanos. Era la época en que saltó dramáticamente a la popularidad. Fue en enero de 2005. Acompañado de su hermano Arturo y de reservistas del Ejército peruano, se tomaron el poblado de Andahuaylas. En el asalto murieron cuatro policías. Junto con pedir la renuncia al presidente Alejandro Toledo, dieron a conocer una curiosa organización política: el Movimiento Etnocacerista. El nombre era en recuerdo del presidente Andrés Avelino Cáceres, un militar que, en el siglo XIX, gobernó en dos oportunidades el Perú. Indigenista y héroe de la Guerra del Pacífico, Cáceres era el mentor ideológico de Ollanta en su levantamiento de Andahuaylas. Hoy, el discurso de este último se escucha más moderado. Han desaparecido las condenas a los judíos y a Estados Unidos. Sus críticas se concentran sobre Chile y mantiene el rescate de las etnias primigenias.

Estos personajes son los que acaparan la atención de Washington. Y con razón. Su estrellato responde a un profundo sentimiento de decepción de poblaciones para los que la democracia significa poco. O, dicho más certeramente, significa mucha exclusión y sufrimiento.

No son líderes salidos de la izquierda tradicional. Ni Ollanta, ni Morales, ni Chávez. La izquierda tradicional o está sumergida aún en sus contradicciones y anacronismos, o se remozó y se ha creado para ella un n nicho que algunos analistas llaman “la izquierda neoliberal”. Es vista como exitosa, capta confianza en Estados Unidos y, en general, en el mundo desarrollado. El principal exponente de este experimento es Chile. Pero no se quedan atrás Brasil ni Uruguay. Incluso Toledo, en el Perú, podría haber tenido mejor suerte. Le faltó mover de manera feliz sus cartas políticas internas. Porque en lo macroeconómico le ha ido bastante bien.

Pese a los éxitos, el panorama latinoamericano no es precisamente halagüeño. Más del 60% de la población del continente sumido en la pobreza, es una demostración cabal de fracaso del sistema. Las respuestas han comenzado a conocerse. Son apuestas no tradicionales, pero que, por lo mismo, se salen del esquema que impuso el Consenso de Washington, vigente para América Latina a partir de 1989.

Es posible que los correctivos en la región sean más fáciles y baratos que en el Medio Oriente. Pero para los que estamos en ella, deberían ser mucho más preocupantes. Si la miseria da paso al descontento masivo, los Lesdtat Claudius se multiplicarán. A no sorprenderse.

COSAS DE MUJER

(18.3.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Es poco tiempo. Apenas una semana. Difícil hacer balances o lanzar proyecciones profundas. Siete días bastan sólo para hablar de aires, de efluvios que se mecen en el ambiente, que marcan emociones. Si uno tiene sensibilidad, puede sentir la diferencia. A lo mejor es sólo una impresión pasajera que el viento se llevará, devolviendo la polución política a sus niveles habituales. Prefiero ser optimista y pensar que algo está pasando. Algo nuevo.

La Presidente Michelle Bachelet ha lanzado al tapete algunas de sus cartas. Para los que no creían en su capacidad de decisión, han sido cartas sorprendentes. Para los que sospechaban que su inmadurez política podría jugarle malas pasadas, estos pocos días seguramente los han sacado de su error. La mandataria ha dado muestras de buen manejo. De saber exactamente lo que quiere. De asumir su cargo con potencia y hasta darse maña para manifestar su anhelo de ser presidenta de todos los chilenos. Y, como si eso fuera poco, con un estilo diferente. Con una actitud distinta a los marcianos que gobernaron hasta ayer. Ella, como buena venusiana, está en otra. O, al menos, con énfasis distintos.

Las acciones directas comenzaron pronto. Bachelet parece tener claro que si veinte años son nada, cuatro representan casi un suspiro. Es con lo que cuenta para hacer las cosas que ella quiere hacer. Empezó por enviar mensajes a los sectores más desprotegidos. Y las mujeres y hombres de la tercera edad tienen hoy atención gratuita en los hospitales públicos. Esto fue casi paralelo al anuncio del reajuste a las pensiones más bajas. Es difícil que éstas lleguen a niveles adecuados. Pero, al menos, tanto viejo desesperanzado cuenta ahora con una luz para ver un poco más claro en su duro camino.

En estas dos medidas está muy presente la sensibilidad de la presidenta y su afán de cumplir la palabra empeñada en la campaña. Hasta ahí se podría hablar de la escoba nueva que barre bien. No ha sido todo. Llegó hasta Valparaíso a despedir al buque escuela Esmeralda en su partida al crucero de instrucción. Tal vez trató trasmitir su decisión de dejar atrás el pasado. Pero no sin antes lograr el compromiso de la Armada de dar excusas públicas a quienes fueron torturados en la emblemática nave. Algo así como pedir perdón, que a los uniformados les cuesta tanto.

Valparaíso fue escenario de otro episodio. Dio cuenta de la capacidad política de la Presidenta. La Concertación parecía engolosinada con su mayoría en el Senado. Especialmente los socialistas, sus camaradas de Partido, se mostraban dispuestos a arrasar con la oposición y reducirla al nivel que le correspondería en una democracia a secas, sin consensos, en las Comisiones de Trabajo. En eso estaban entrampados, cuando Bachelet decidió que el tiempo no sobra y golpeó la mesa. Hoy, la oposición tiene la representación que le asegura esta democracia sui generis que tenemos. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la presidenta. Puede gustarle o no la política de los consensos. Puede estar convencido que siempre que se llega a entendimientos con la derecha son sus intereses los mejor protegidos. Puede pensar lo que quiera. Pero la fuerza con que se impuso Bachelet derrumbó el castillo de rumores que se había levantado en la campaña, respecto de una supuesta falta de decisión por carencia de experiencia política.

También se ha dado tiempo para otras cosas. Entró de lleno en el plano de los valores cuando anunció que repondrá un proyecto de ley de Deberes y Derechos de los Pacientes. Esta fue una iniciativa emblemática durante su paso por el Ministerio de Salud. Allí se respalda la decisión del enfermo acerca de si desea o no someterse a un tratamiento para que le prolonguen la vida. Cuando fue presentada, en el 2001, la iniciativa levantó tal polvareda que quedó paralizada y luego el Gobierno cambió las prioridades. Optó por no hacer frente a la oposición cerrada de la Iglesia y grupos conservadores que vieron en el proyecto una puerta abierta para la práctica de la eutanasia. Así, se archivó una idea que apunta a la esencia de la libertad. Es una cuestión esencialmente valórica. También es una incursión en un terreno muy práctico. Permite enfrentar situaciones que, muchas veces, ocultan un negocio que finalmente termina con una muerte onerosa.

Da la sensación que la presidenta se atreve a ser coherente. No se detiene sólo en las declaraciones. La designación de Carlos Kaiser, como Secretario Ejecutivo del Fondo Nacional de la Discapacidad (FONADIS), es una muestra de ello. Nadie mejor que un discapacitado para tratar los temas que aborda el FONADIS. Pero hasta ahora, el rechazo a la discriminación había quedado sólo en palabras.

En su primera semana, Bachelet ha mostrado algunas de sus facetas. Gusten o no, la exhiben marcadamente diferente a sus antecesores. Desde el humor de que hace gala en los actos públicos, hasta la actitud inclusiva, maternal, que muestra con sus manos sobre su pecho cuando quiere agradecer algún gesto.

Esto recién comienza. Hay indicios que tendrán que desarrollarse en el futuro. Sobre todo cuando deba enfrentar otros problemas que no pueden esperar. Allí se verá cómo actúa. Mientras tanto, los chilenos tienen elementos para hacerse una idea de lo que puede venir. Y podrán resolver si los gestos de la madre les gustan tanto como los del padre. A Lagos, el papá regañón, soberbio, llevado de sus ideas, convencido de tener siempre la razón, le dio resultados.

UNA PRESIDENTA PARA CHILE

(16.1.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Michelle Bachelet (54 años, socialista, agnóstica, médico, con estudios de post grado en ciencias militares, divorciada, tres hijos) ha entrado en la historia de Chile. Es la primera mujer que ejercerá como Presidente de la nación en sus 195 años de vida republicana. Y lo hará con un fuerte respaldo ciudadano. Será el cuarto gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia, con lo que, al terminar su período, esta coalición política habrá cumplido veinte años ejerciendo el poder. Sucederá en el cargo a Ricardo Lagos, mandatario que cuenta con 75% de aprobación ciudadana, según diversas encuestas.

Con algo más de un 53% de los votantes a su favor, Bachelet deberá enfrentar grandes desafíos. El primero, sin duda, convencer, con acciones, que su empatía con la gente no fue sólo un rol ejercido en tiempo de campaña. Y eso significa, entre otras cosas, imprimirle un sello de mayor sensibilidad social a la economía chilena. Tendrá que darle un papel de mayor realce a la mujer. Deberá enfrentar los problemas que presenta el panorama laboral chileno, en que la precariedad del empleo es una de sus características más preocupantes. Con seguridad, la urgencia de contar con políticas medioambientales fuertes y transparentes se hará sentir con fuerza en su cuatrienio. En especial por la implementación de megaproyectos mineros, acuícolas y agroindustriales. Su preocupación también la captará el requerimiento de que Chile ejerza algún liderazgo regional que vaya más allá de la presencia de inversionistas en países hermanos. Sin olvidar una atención privilegiada para la relación con nuestros vecinos. Como si todo ello fuera poco, la educación sigue siendo hasta hoy una tarea pendiente para la Concertación y sus gobiernos. La lista de retos es larga y pasa por la salud, que es un área que ella conoció de muy cerca en su paso por el Ministerio del ramo. Además está la previsión social y, en fin, una inserción cada vez más profunda de Chile en la economía internacional.

Todos desafíos que Bachelet tendrá que resolver en sólo cuatro años. Ella inaugura el acortamiento del período presidencial, que hasta ahora había sido de sexenios, con la excepción del Presidente Patricio Aylwin (1990-1994), que tuvo el carácter de mandato de transición entre la dictadura de Pinochet y la reinaugurada democracia chilena. En el ámbito institucional, la presidenta se verá obligada a trabajar duro para cumplir un compromiso que hizo posible su llegada al Palacio de La Moneda. Ella asumió reformar el sistema electoral, permitiendo una representación más realista del cuadro político chileno. El actual sistema binominal que rige en Chile beneficia directamente a los dos grandes bloques políticos: La centro izquierdista Concertación de Partidos por la Democracia y la derechista Alianza por Chile. El resto del espectro, independientes incluidos, queda sin posibilidad de opción. A todas luces, una deficiencia de la democracia, si por ella se entiende una representación proporcional de las líneas de pensamiento que coexisten en el país.

Hasta ahora, la Concertación ha justificado la mantención del sistema señalando no contar con los votos suficientes en el Parlamento para una reforma de esta naturaleza. A partir del mes de marzo, tal explicación dejará de tener validez, ya que poseerá mayoría en ambas cámaras. Y en caso de no alcanzar los quórum necesarios, al menos tendría que demostrar que tales resabios de la dictadura siguen en pie pese a su disposición de derribarlos. Este es un tema no menor. De hecho, si se lo enfrenta, pondrá a prueba la cohesión del conglomerado de gobiernos. Por lo visto hasta hoy, el sistema binominal ha favorecido ampliamente a los partidos que integran los dos grandes bloques. En otras palabras, la clase política en su conjunto se ha visto favorecida. ¿Estará dispuesta a terminar tal orden de cosas? Si es así, ¿el gobierno de Ricardo Lagos habrá sido el último que utilizó la política de los acuerdos? Porque esto de gobernar con previa aceptación de la oposición de derecha, es un ejercicio que aporta estabilidad política, pero ha generado hasta ahora un desbalance en términos de la repartición de la riqueza. Hoy, Chile encuentra entre las diez naciones que peor reparten sus ingresos en el mundo.

Todos estos temas exigirán un gran liderazgo de parte de esta mujer que se ha hecho conocida por su gestión al frente de dos ministerios, por su sensibilidad, por su compromiso ideológico que la llevó hasta a arriesgar la vida y por la fortaleza con que enfrentó tales desafíos. Pero respecto de su manejo político, poco se le conoce. Y es precisamente en ese rubro en el que tendrá que rendir los exámenes más duros en los próximos años.

Su liderazgo también será puesto a prueba en otros planos. La economía internacional aún no da visos de estabilizarse y es posible que ello no ocurra en el futuro cercano. El reacomodo de las fuerzas al interior de su coalición es otro reto pendiente.

Mientras tanto, Michelle Bachelet puede disfrutar de su triunfo. Un triunfo que ha permitido a la Concertación distanciarse un poco más de sus contrincantes de la derecha. Bachelet alcanzó dos puntos más que los logrados por el Presidente Lagos en el año 2000. Con eso se alejó siete puntos de su contendor, Sebastián Piñera. Todo un logro, en una sociedad ideológicamente partida casi por la mitad.

ADIÓS, GENERAL

(9.3.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Hoy deja la Comandancia en Jefe del Ejército el general Juan Emilio Cheyre. Se trata de uno de los jefes militares con mayor estatura mediática de los últimos años. Ese sitial lo alcanzó por sus declaradas intenciones modernizadoras y de llevar equilibrio a las relaciones entre el Ejército y la sociedad civil. Un tema no menor, que aún hoy es atravesado por consecuencias de hechos dolorosos e incomprensiones provocadas por miradas de culturas distintas. Pero su extrema exposición medial también se nutrió de una bien orquestada batería comunicacional digitada desde el Ejecutivo.

Ojalá la imagen mediática del general Cheyre tuviera una equivalencia verdadera con el contenido de su gestión. Nadie puede negar que durante el cuatrienio en que ejerció el mando modernizara su institución. La puso -en evaluación de los entendidos- al nivel de los requerimientos actuales. El de hoy “es un Ejército para el combate, eficaz y eficiente en la disuasión y la cooperación internacional, polivalente, interoperativo, actualizado y sustentable; con un actuar funcional y valorado por la sociedad a la cual sirve”. Este balance pertenece al general Óscar Izurieta, quien reemplazará a Cheyre en la Comandancia en Jefe.

Desde la perspectiva militar, los logros que destaca Izurieta son relevantes. Esa no es la única faceta que se ha subrayado de Cheyre. Me atrevería a decir que, siendo importante, la batería mediática puso el énfasis en otra arista. Cheyre fue elevado al nivel del gran democratizador del Ejército. De ese mismo Ejército que había destruido la institucionalidad chilena y que luego de que ésta regresara, seguía siendo casi una piedra en el zapato democrático. Y esa fue la condición que llevó al Gobierno a blindarlo frente a las críticas. A ensalzarlo como el responsable del gran paso hacia la recuperación de la normalidad chilena rota por manos castrenses.

Las declaraciones del general Cheyre hablan por sí solas. Fue extremadamente cuidadoso para moverse entre las exigencias de la democracia y la lealtad corporativa. Pero es aquí donde comienzan a surgir realidades que abren paso a un escenario diferente al que mostró el esfuerzo medial. ¿Cheyre logró, realmente, democratizar al Ejército? Para el Gobierno del Presidente Ricardo Lagos, la respuesta es un SI rotundo, categórico. Es comprensible que así sea. Cheyre demócrata, modernizador, es el acompañante necesario para un Presidente exitoso.

Los especialistas en comunicaciones responsables no se cansan de advertir que la realidad que entregan los medios es virtual. Incluso la que se ve en vivo y en directo. Obedece a factores que van más allá o más acá de la realidad a secas. Responde a intereses que a menudo sobrepasan al hecho mismo. Y eso significa que personajes como el general que se va sean presentados de una manera eficiente a los fines que se persiguen. No hay duda, hoy el Ejército en más eficiente que en el pasado reciente. Sus artilugios técnicos se han remozado y las concepciones de la guerra han incorporado el aire vivificante -aunque resulte contradictorio- de las nuevas estrategias y tácticas. ¿En la otra área tuvo igual éxito?

Los hechos parecen desmentirlo. Hay que recodar acontecimientos bochornosos como el espionaje al consulado argentino en Punta Arenas, ocurrido en noviembre de 2003, y que involucró a efectivos militares. Más recientemente, en mayo de 2005, el país fue conmovido por la muerte de 45 militares en los faldeos del volcán Antuco La mayoría de ellos eran conscriptos. Poco tiempo después, tres militares mueren en la Antártica. En todos estos casos se pueden argüir distintas justificaciones. Pero detrás de cada uno de los acontecimientos se detecta una cierta manera de actuar. Por decirlo en términos amplios, una cierta cultura. Una forma de acercarse a la realidad que no se condice con preceptos democráticos. Los militares, pese a los esfuerzos de Cheyre, siguen pensando que nuestros vecinos son enemigos y que hay que tratarlos como en la guerra.

Es más, su visión los hace ver adversarios potenciales en cualquiera que no pertenezca a su institución. Siguen siendo los depositarios de del honor patrio. Los muchachos que mueren en Antuco son víctimas de esta misma cultura. Una cultura clasista que se ensaña con los más humildes y trata de imponerles patrones de conducta para “hacerlos hombres”. En la Antártica nuevamente queda en evidencia el criterio institucional. Un criterio que acerca a las ramas armadas a acciones similares a las que emprenden las mafias de distintas denominación.

El general Cheyre hizo aportes esenciales en la estructuración de su imagen mediática. Se mostró fuerte y comprensivo en materia de Derechos Humanos. Su rechazo a los abusos del pasado resonó claro. Pero eso no fue suficiente para romper el silencio mafioso. Los civiles no somos especialistas en guerra y eso no nos transforma en ingenuos e ignorantes. Es imposible aceptar que un Ejército jerarquizado como el chileno haya tenido a tantos integrantes que actuaron de manera individual. Que fueron ellos los exclusivos responsables de cientos de detenidos desaparecidos. Y que, por lo tanto, las evidencias de tales delitos no existen. Desaparecieron. Se esfumaron. El Ejército no sabe lo que hacen sus miembros. Eso trató que creyéramos el general Cheyre. ¡Pobre intento general! Será recordado como modernizador, pero fracasó si es que de verdad buscó cambiar la visión que se les inculca a los soldados chilenos hasta hoy.

Que la vaya bien en su retiro.

EL CABALLERO DON DINERO

(1.30.6)
Por Wilson Tapia Villalobos

Y llegó marzo. Mes que es casi un homenaje a ese poderoso caballero que es Don Dinero. No se trata sólo de las matrículas de colegios, universidades, patentes de automóviles, seguros y algún otro extra. Casi siempre aparecen novedades que se cocinan en vacaciones y que nos esperan en la ansiada vuelta al trabajo. Esta vez han sido el reavalúo fiscal de las propiedades no agrícolas y el pago de una deuda que tiene el Estado con las concesionarias de autopistas.

Dos temas importantes, sin duda. Pero lo curioso es quien lleva el pandero en estas dos áreas tan sensibles. En ambas, el grito en el cielo lo ha puesto El Mercurio. Como uno ya conoce algo del país, casi automáticamente se pregunta: ¿Qué hay detrás? Las respuestas son variadas y hasta desconcertantes.

Empecemos por la variedad. Un marxista irredento diría que se persigue la defensa de intereses de clase. Los reavalúos que más suben se dan en comunas habitadas por gente pudiente. En que Don Dinero aporta poder y hasta algo de charme. En Las Condes, La Dehesa, Lo Barnechea, están casi en pie de guerra. Y el argumento es el mismo: “La clase media es la más golpeada”. Si uno revisa la realidad con ojo objetivo, al menos aparecen dudas. Sólo algunos propietarios verán aumentadas sus contribuciones de manera significativa. El resto, o no será afectado -especialmente en comunas de bajos ingresos- o lo será en porcentajes que ayudan a sincerar el valor real de las propiedades. Pero que quede claro, El Mercurio no desea que el Estado disponga de más dinero para beneficio de todos. Y, de manera precisa, no desea que ese dinero salga de los bolsillos de los que más tienen.

Vamos a lo otro, a lo desconcertante. En lo de las concesionarias, el diario de marras se lamenta porque el erario nacional pierde plata. Ahora resulta que el Estado lo está haciendo muy mal respecto de las concesiones de autopistas. Tendrá que pagar US$1.265 millones por obras adicionales, atrasos en expropiaciones y un amplio etcétera. La cifra parece un despilfarro ominoso, pero al desglosarla se desinfla notoriamente. Del total, sólo el 3% -US$242 millones- corresponden a indemnizaciones. El resto se ocupa en el pago de construcción de puentes, accesos, colectores, pasos a desnivel. Es evidente que en esto El Mercurio ha tratado de hacer un escándalo que ensucie un poco más al Ministerio de Obras Públicas. Y, sobre todo, antes de que se vaya el Presidente Ricardo Lagos. O, lo que también puede resultarle rentable, intenta ablandar a la próxima mandataria para que se aboque a jibarizar aún más el aparato estatal chileno.

En todo este lío Estado-Concesionarias, a mí me surgen otras dudas. Apuntan hacia un lado diferente al de las críticas mercuriales. Para los que admiran el salto espectacular que ha experimentado el trazado vial chileno, sonaré anacrónico. Hay cosas peores. Estoy convencido que las empresas que invirtieron en las autopistas vinieron a ganar dinero. Y según se sabe, les ha ido bastante bien. Si es un gran negocio ¿Por qué no lo hizo el Estado? Esto yo lo veo igual que cuando nos tratan de convencer que más vale comprar una casa que arrendarla. No pierda plata, nos dicen las constructoras, adquiera su propia vivienda y deje de botar dinero cada mes. Ya escucho las risas contenidas de los neoliberales. Percibo el sonsonete de menosprecio cuando respondan con una perogrullada: Porque el Estado no contaba con dinero para ponerse con los US$8.169 millones que han costado nuestras flamantes carreteras hechas en la última década. Pero como soy porfiado, diría que las empresas que las construyeron lo hicieron con dinero que consiguieron en la banca internacional. ¿Por qué el Estado no podía endeudarse? Allí ya vendrán explicaciones más técnicas, que tendrán como guinda de la torta una sentencia que hoy parece verdad revelada: El Estado lo hace pésimo como administrador y peor como empresario. Sin embargo, aún se mantienen en pie puentes construidos hace cien años por ingenieros y trabajadores fiscales. Cierto, otros que se levantaron menos de dos lustros atrás, ya están en el suelo. Coincidirán conmigo que hay chambones y sinvergüenzas privados y públicos. Y de los últimos, más entre los privados.

En este ambiente de denuncias que pretenden ser serias y que atraen simpatías populares, hay un trasfondo ideológico. Tanto el pago adicional, como el alza de las contribuciones intentan mostrar a un Estado insensible, e ineficiente. Como ya se ha trabajado arduamente la idea de la corrupción en el ámbito estatal, la gente puede preguntarse a qué bolsillos irán los dineros de las nuevas contribuciones o alguna coima de las Concesionarias. En esto, el objetivo es perverso. Es necesario luchar seriamente contra la corrupción. Pero no se puede enarbolar esa bandera y, paralelamente, desmantelar el Estado. Alguien tiene que velar por los que carecen de fuerza para defenderse por sí mismos. Sobre todo en un país como Chile, en que la concentración del poder económico es cada vez mayor. Y en esto hemos entrado en un terreno extremadamente peligroso. ¿Alguien cree posible, por ejemplo, que el actual Estado chileno es capaz de fiscalizar a grandes transnacionales como la Barrick Gold Corporation para que no destruya el Valle de Huasco? Don Dinero protege al proyecto Pascua Lama y El Mercurio calla.

Nada nuevo bajo el sol. ¿Quién es el anacrónico?

SCHAULSOHNADAS

(28.2.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

En esta época de festival, aquí es costumbre escuchar liviandades. Es la farándula que se toma los espacios comunicacionales y hace de todo Chile una gran platea. Por lo tanto, los temas a tratar caen bajo el nivel de flotación que pone el fútbol. Y eso es mucho decir, pero es así. Sin embargo, el momento permite abordar tópicos que en otras circunstancias tal vez pasarían inadvertidos o uno los dejaría correr como agua contaminada.

El domingo 5 de febrero, el diario la Tercera publicó una entrevista a Jorge Schaulsohn. El periódico, aparentemente, quería su opinión acerca del gabinete que acompañará a la presidenta Michelle Bachelet. Y Schaulsohn, aparentemente también, estaba interesado en mostrarse después de una desafortunada participación electoral y de la ausencia de su nombre en la nomina ministerial. Las preguntas fueron incisivas y las respuestas contundentes. Un resumen apretado sería decir que Schaulsohn salió en defensa de los partidos políticos. Hizo un reiterado rayado de cancha para la presidenta, que ha declarado sin ambages que no fue candidata de las cúpulas partidistas de la Concertación.

Desmenuzando contenido, Schaulsohn protesta por un supuesto ninguneo que la presidenta ha hecho a los Partidos. Recurriendo a argumentos variados, el resumen es: En Chile se está creando una cultura anti partidos políticos, que es una amenaza para la democracia. Con matices de profundidad diversa, sugiere que Chile no tendría Presidenta si no es por los Partidos. “La Concertación se sacó la cresta por Bachelet en la segunda vuela, que es donde se ganó la elección”. Y en una arrebatadora demostración de desprendimiento, señala que el gabinete que acompañará a Bachelet es de calidad. Claro, le extrañan las ausencias de personajes como Sergio Bitar y Víctor Barrueto, militantes del PPD, como él. Pero nada más.

La verdad es que las palabras de Schaulsohn explican por qué la gente coloca a los partidos políticos con la Justicia y del Parlamento, entre las instituciones más desprestigiadas de Chile. Es cierto que los partidos políticos son la base de la democracia. Pero partidos políticos, no bolsas de trabajo. Estas últimas también pueden ser la guillotina que le corte la cabeza a la democracia.

Schaulsohn es un destacado militante del Partido por la Democracia (PPD). Destacado, porque ha ocupado diversos cargos directivo dentro de la colectividad y hasta fue, por un período, uno de sus representantes en la Cámara de Diputados. En la última elección municipal, el Partido lo levantó, contra viento y marea, como candidato a alcalde por la comuna de Santiago –que él representó en el Congreso. Allí fue derrotado por Raúl Alcaíno, una figura de la tele y delfín de Joaquín Lavín. Pese a las desventuras, él nunca ha dejado de pontificar acerca de la GRAN POLÍTICA. Está convencido de que sus ideas son aportes sustanciales a la modernización de la política chilena. La verdad, son ideas bastante conocidas. Se ubican en la corriente neoliberal que existe en la social democracia, especialmente en el primer mundo, con adalides como Blair, Clinton, Prodi, Schroeder, González y otros. Tiene una mirada contraria al Estado de Bienestar o que se le ponga acento social a un programa de políticas públicas. Para él, la política es un juego de tácticas que no reconoce límites ideológicos. De allí que, junto a Andrés Allamand y algunas otras figuras de la Concertación y la derecha, acaricien la utopía de un Partido moderno, que aglutine a un gran conglomerado de electores.

Una idea que no tiene por qué sorprender. Pero que ubica a su responsable en el área más pragmática. Hasta eso no tendría por qué ser criticable, siempre y cuando uno encontrara, en el fondo, un compromiso verdadero con el interés general. No sólo la defensa de ventajas menores. La búsqueda del poder personal no puede disfrazarse. En política, el travestismo se nota. Los lobbistas y los oportunistas no pasan inadvertidos. Schaulsohn tiene su historial en tales escenarios. La más conocida la pueden contar patriarcas del radicalismo. Esos mismos que lo echaron del Partido, porque traicionó a la dirigencia de la época para formar parte de la directiva del PPD, como su primer secretario general. Son historias de guarda la memoria política y que uno las recuerda cuando aparecen estos catones. Individuos que, a diferencia de Marco Porcio, el Antiguo y el Censor, no tienen el respaldo de una obra que les permita marcar pautas de conducta política.

Seguramente el moderno Schaulsohn no se ha dado cuenta de que en una democracia como la chilena, los resultados electorales -sobre todo los de las presidenciales- pasan por canales distintos a los de los Partidos. Especialmente de los de los Partidos de la Concertación. Ahí, por la inoperancia de algunas colectividades y por el aprovechamiento de otras, la ciudadanía se encuentra prisionera. Y sólo eso explica que sea la izquierda extraparlamentaria la que en las dos últimas elecciones permita que la Concertación siga gobernando. A mí me preocuparía que cada vez que ha ido un candidato presidencial no democratacristiano, la votación ha sido muy similar a la que se logró en el plebiscito de 1988. Que todavía sea el inconsciente colectivo el que permita otro gobierno concertacionista, no habla de partidos garantes de la democracia. Habla de una cáfila de dirigentes que les importa un bledo el interés general y mucho la cuota de poder pequeño.

¿Bachelet será capaz de sortear las presiones partidistas? La amenaza de que las cuentas se pagarán en el Congreso –donde los Partidos de la Concertación tienen mayoría- ya ha sido lanzada. El propio Schaulsohn hace una velada referencia a aquello. ¿Será sólo otra schaulsohnada?

viernes, octubre 20, 2006

LA MORAL DE MORALES

(31.1.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

En estricto rigor, el título de esta nota debería ser “La ética de Morales”. Pero perdería consonancia. Y como estamos en una sociedad mediática en que la forma importa, pido disculpas a cambio de la sinceridad. El tema me empezó a interesar cuando Evo Morales Aima -ya presidente electo de Bolivia- partió por el mundo a hacer visitas protocolares. A pavimentar, como quien dice, la carretera de su mandato. Y se codeó, tal como es, con jefes de Estado, figuras políticas relevantes, tipos de nivel mundial. Ni siquiera se cambió de chompa. No compró ropa para el viaje. No hizo concesiones formales para parecer Presidente de una República, aunque modesta pero república al fin. Se presentó como el mismo Evo dirigente campesino y crítico de una sociedad injusta que se va en boato, pero que, precisamente por eso, pareciera que le importa un carajo la calidad de vida de la gente corriente. De esos Evos que abundan en esta tierra feraz.

Y así se paseó por los confines del planeta. Cuando llegó a Europa y sintió frío, se puso su chaquetón de cuero ajado -puede que, incluso, sea cuerina nomás. La corbata siguió brillando por su ausencia. ¡Para qué decir de la formalidad del traje oscuro y la camisa blanca! Aparentemente le bastaban la oscuridad de su piel y la seguridad que da tener identidad. Cuando se entrevistó con el presidente chino, Hu Jintao, confieso que eché de menos la chaqueta que Mao vestía. Jintao mostraba una elegante pinta occidental. ¿Un signo de los vientos que soplan en China? ¿Una concesión a lo formal, que los chinos ya pueden asumir?

Evo siguió con sus demostraciones de la ética que lo anima. Cuando asumió la Presidencia, llevó a algunos de los líderes que lo acompañaron –el presidente Ricardo Lagos incluido- a visitar su vivienda. Una casa humilde. Pidió excusas por la precariedad, pero no la ocultó. En su discurso de asunción, dejó entrever otras hebras del entramado que lo soporta. Habló con sinceridad de la pobreza, de la explotación que por más de quinientos años ha soportado el pueblo indio de Bolivia. Una amplia mayoría de sus habitantes. Y lo hizo sin odio, sin rencor. Sin que ninguna de sus palabras simples trasuntara deseos de venganza. Pidió el compromiso de todos los bolivianos. Convencido, anunció que el Estado tomará en sus manos los recursos naturales. ¿Cómo no encontrarle razón cuando habló de la importancia del agua y que por ello no puede quedar en mano de unos pocos? Sin embargo, no dejó afuera a los privados, pero señaló que sería el Estado el que velaría porque la riqueza de su patria diera frutos para todos. Socios sí, pero justos y con cuentas claras.

También habló de la diversidad. De aceptar que somos diferentes y que tenemos que trabajar en aras de un objetivo común. Los bolivianos y los latinoamericanos. Y le faltó seguir hacia todos los seres humanos. Sin duda, eso estaba tras su mensaje. Ese mensaje en que invocó a la Pachamama, que es el seno en que se unen la totalidad de los seres vivos de la Tierra.

Evo Morales quiere hacer de su patria un pueblo grande en que quepan todos los que son. Y demostró saber que para eso es esencial un cambio en la manera de pensar. Confía en la Asamblea Constituyente que deberá “refundar” Bolivia. De allí saldrá el poder para enfrentar los desafíos que se le vienen encima. Porque se le vienen. No es cosas de ser agoreros. Hoy, hasta los empresarios de Santa Cruz lo aplauden. Evo supo darles esperanzas en sus deseos de autonomía. Han preferido escuchar sólo esa parte de la oración. No aquella en que les dijo que la autonomía también debía servir para terminar con la injusticia en el reparto de las riquezas.

Con Washington quiere un trato igualitario. Está dispuesto a sumarse a la lucha contra la droga. Pero no desea que la cocaína sea una excusa para que Estados Unidos domine o someta. “Queremos diálogo de verdad, sin chantajes, sin condicionamientos”, afirmó.

Hasta aquí, algo de la monumental tarea que ha emprendido el presidente del país vecino. Sus enemigos están al acecho. Confían en el paso del tiempo. Desde la izquierda, le ponen plazos breves para que no los pueda cumplir. Y en la derecha, creen que no basta el anhelo de justicia. Ambos extremos saben que este no es el momento de sacar la voz. El triunfo de Morales fue demasiado contundente. Mientras tanto, él sigue adelante. Descabezó a las Fuerzas Armadas, porque percibió corrupción entre sus líderes. Una decisión fuerte, sobre todo en un país acostumbrado a ver partir gobernantes por mucho menos que cesar a militares que cuentan con el apoyo de Washington.

Uno puede creer que muchas de las actitudes de Morales son desplantes del político ladino. Meros juegos de artificio. Como aquello de la rebaja del sueldo presidencial, de 28 mil a 14 mil pesos bolivianos, porque tal remuneración es injusta mientras el sueldo mínimo se mantiene en 450 pesos. En la sociedad en que vivimos resulta sorprendente y hasta temerario. Se sabe que Evo no está con el neoliberalismo ¿Pero cómo hará para bajarse del tren? ¿Se cumplirá la sentencia de Felipe González, de que la izquierda es buena para redistribuir, pero no para crear riqueza?

Sí, es sorprendente. Evo parece haber comprendido que la solución para los humildes no llegará jamás si se esperan condiciones favorables. Tendrán que generarlas ellos mismos. Y si sólo se puede comenzar por lo valórico, pues allí habrá que dar los pasos iniciales. El presidente boliviano no es el primero en lanzarse al combate de la injusticia y la pobreza, armado sólo con el peso de la honradez y la conciencia limpia. La historia registra una abrumadora mayoría de triunfos a favor del poder y de lo establecido. Las excepciones, sin embargo, han sido el punto de partida para nuevos horizontes y cambios civilizatorios.

¿CUÁL DEMOCRACIA?

(30.1.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Cada cierto tiempo me siento tentado de preguntar: ¿De qué democracia me hablan? No porque esté mirando la parte vacía del vaso, sino sencillamente porque no entiendo. Es lo que me ocurre reiteradamente cuando el presidente George Bush trata de orientar al mundo acerca de la manera más adecuada en que los seres humanos debemos manejar nuestros asuntos.

Esta vez, la pregunta me asaltó luego de conocer las reacciones por el triunfo electoral del Hanakat al-Migawama al-islamiya (Movimiento de Resistencia Islámica), más conocido entre nosotros por la sigla Hamas. Personeros del gobierno norteamericano advirtieron de inmediato que con Hamas gobernando en los territorios palestinos, la relación se acababa. No era posible continuarla con un régimen sustentado en una fuerza política que “practica el terrorismo”. Y comenzó una intensa ronda conversaciones con aliados europeos para sumarlos a su posición.

Hamas ha declarado de manera constante que lucha por la destrucción del Estado de Israel, su vecino. Se trata de una organización islamista integrista, que nace como rama del grupo Hermanos Musulmanes, cuya base principal se encuentra en Egipto. Es creada por el Sheik Ahmad Yasín, en 1987. Opera fundamentalmente en los territorios de Gaza y tiene un fuerte contenido religioso. Yasín no pudo conocer el triunfo de su organización. Murió a los 67 años, el 22 de marzo de 2004, en un asesinato selectivo llevado a cabo por fuerzas militares israelíes. Yasín era un líder religioso que, desde los doce años, se encontraba confinado a una silla de ruedas.

Nacido en el pueblo de Majdel, debió huir de allí cuando lo ocuparon las fuerzas israelíes, en 1948, para crear el Estado judío. Es detenido por primera vez en 1984, acusado de tenencia de armas. Pasa un año en prisiones israelíes y es dejado en libertad gracias a un intercambio de prisioneros. Nuevamente lo detienen en 1989 y dos años más tarde lo condenan a prisión perpetua. Se le imputa responsabilidad en varios asesinatos de ciudadanos israelíes. Sin embargo, lo liberan en 1997, canjeado por dos agentes judíos acusados de matar a un líder de Hamas que residía en Jordania.

La historia del máximo emblema de Hamas está jalonada de violencia. Como ocurre con la relación política que han logrado establecer judíos y palestinos. Líderes de ambos sectores se han caracterizado por llevar adelante tácticas que más que el acuerdo político buscaban el sometimiento del interlocutor. En esta larga retahíla de brutalidad, Israel ha contado con el apoyo sostenido de los Estados Unidos. Los palestinos, por su parte, reciben el respaldo del mundo árabe y, mientras existió, tuvieron la colaboración de la órbita socialista.

A pesar de esta realidad cruel y a menudo inhumana, curiosamente palestinos e israelíes han ganado dos veces el Premio Nóbel de la Paz. En 1978, Mohamed Anwart el-Sadat, presidente egipcio, y Menahem Bejín, primer ministro israelí, se hicieron acreedores al galardón por alcanzar acuerdos auspiciados por Estados Unidos. Se pensaban que ellos serían la base para un entendimiento duradero. Luego, en 1994, nuevamente alcanzaron el reconocimiento del Nóbel de Las Paz, Simón Peres, Yasser Arafat y Yizhac Rabin. Como en la oportunidad anterior, el Premio no fue más que un hito en la carrera política de dos líderes laboristas judíos y del presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). La paz aún espera.

Ante la nueva realidad política, el primer ministro israelí en funciones, Ehud Olmert, ha señalado que su país no mantendrá contactos con la Autoridad Nacional Palestina (ANP), mientras Hamas no renuncie explícitamente a su objetivo de terminar con el Estado de Israel. Por supuesto, Olmert ha hablado de “la finalidad terrorista” de Hamas. Con seguridad, no desconoce que él reemplaza temporalmente en la jefatura del gobierno judío a uno de los políticos más duros en el combate a los palestinos. Ariel Sharon -hoy en estado de coma luego de sufrir un derrame cerebral masivo, el 4 de enero pasado- es sindicado como el responsable de una de las masacres de palestinos más brutales. El hecho ocurrió el 18 de septiembre de 1982, en los campamentos de Sabra y Shatila, en el Líbano. Sharon era el jefe de las fuerzas israelíes de ocupación, cuando milicianos cristianos libaneses, aliados de su país, perpetraron el atentado que costó a vida a más de tres mil civiles palestinos.

Estas son algunas de las consideraciones que me hacen preguntarme ¿De qué democracia me hablan? Porque se supone que este sistema político pretende representar el sentir del pueblo. Y si los palestinos quieren a Hamas en el poder, como los israelíes quisieron a Sharon ¿basta con esgrimir el argumento del terrorismo para impedirlo? ¿Por qué en un caso sí y no en el otro? ¿La democracia de que se ufana Estados Unidos es válida para todo el mundo?

Vemos lo que está ocurriendo en Afganistán, en Irak. Y las respuestas que han obtenido aquellos pueblos no parecen resultarles satisfactorias. Es posible que dentro de poco seamos testigos de nuevas aventuras en Irán o en Siria. ¿Servirá todavía el argumento de la democracia amenazada por el poder nuclear iraní? ¿De cuál democracia me hablan? ¿De la del poder en manos del pueblo o de aquella que permita apoderarse del negocio mundial del petróleo?