LA MORAL DE MORALES
(31.1.06)
Por Wilson Tapia Villalobos
Y así se paseó por los confines del planeta. Cuando llegó a Europa y sintió frío, se puso su chaquetón de cuero ajado -puede que, incluso, sea cuerina nomás. La corbata siguió brillando por su ausencia. ¡Para qué decir de la formalidad del traje oscuro y la camisa blanca! Aparentemente le bastaban la oscuridad de su piel y la seguridad que da tener identidad. Cuando se entrevistó con el presidente chino, Hu Jintao, confieso que eché de menos la chaqueta que Mao vestía. Jintao mostraba una elegante pinta occidental. ¿Un signo de los vientos que soplan en China? ¿Una concesión a lo formal, que los chinos ya pueden asumir?
Evo siguió con sus demostraciones de la ética que lo anima. Cuando asumió la Presidencia, llevó a algunos de los líderes que lo acompañaron –el presidente Ricardo Lagos incluido- a visitar su vivienda. Una casa humilde. Pidió excusas por la precariedad, pero no la ocultó. En su discurso de asunción, dejó entrever otras hebras del entramado que lo soporta. Habló con sinceridad de la pobreza, de la explotación que por más de quinientos años ha soportado el pueblo indio de Bolivia. Una amplia mayoría de sus habitantes. Y lo hizo sin odio, sin rencor. Sin que ninguna de sus palabras simples trasuntara deseos de venganza. Pidió el compromiso de todos los bolivianos. Convencido, anunció que el Estado tomará en sus manos los recursos naturales. ¿Cómo no encontrarle razón cuando habló de la importancia del agua y que por ello no puede quedar en mano de unos pocos? Sin embargo, no dejó afuera a los privados, pero señaló que sería el Estado el que velaría porque la riqueza de su patria diera frutos para todos. Socios sí, pero justos y con cuentas claras.
También habló de la diversidad. De aceptar que somos diferentes y que tenemos que trabajar en aras de un objetivo común. Los bolivianos y los latinoamericanos. Y le faltó seguir hacia todos los seres humanos. Sin duda, eso estaba tras su mensaje. Ese mensaje en que invocó a la Pachamama, que es el seno en que se unen la totalidad de los seres vivos de la Tierra.
Evo Morales quiere hacer de su patria un pueblo grande en que quepan todos los que son. Y demostró saber que para eso es esencial un cambio en la manera de pensar. Confía en la Asamblea Constituyente que deberá “refundar” Bolivia. De allí saldrá el poder para enfrentar los desafíos que se le vienen encima. Porque se le vienen. No es cosas de ser agoreros. Hoy, hasta los empresarios de Santa Cruz lo aplauden. Evo supo darles esperanzas en sus deseos de autonomía. Han preferido escuchar sólo esa parte de la oración. No aquella en que les dijo que la autonomía también debía servir para terminar con la injusticia en el reparto de las riquezas.
Con Washington quiere un trato igualitario. Está dispuesto a sumarse a la lucha contra la droga. Pero no desea que la cocaína sea una excusa para que Estados Unidos domine o someta. “Queremos diálogo de verdad, sin chantajes, sin condicionamientos”, afirmó.
Hasta aquí, algo de la monumental tarea que ha emprendido el presidente del país vecino. Sus enemigos están al acecho. Confían en el paso del tiempo. Desde la izquierda, le ponen plazos breves para que no los pueda cumplir. Y en la derecha, creen que no basta el anhelo de justicia. Ambos extremos saben que este no es el momento de sacar la voz. El triunfo de Morales fue demasiado contundente. Mientras tanto, él sigue adelante. Descabezó a las Fuerzas Armadas, porque percibió corrupción entre sus líderes. Una decisión fuerte, sobre todo en un país acostumbrado a ver partir gobernantes por mucho menos que cesar a militares que cuentan con el apoyo de Washington.
Uno puede creer que muchas de las actitudes de Morales son desplantes del político ladino. Meros juegos de artificio. Como aquello de la rebaja del sueldo presidencial, de 28 mil a 14 mil pesos bolivianos, porque tal remuneración es injusta mientras el sueldo mínimo se mantiene en 450 pesos. En la sociedad en que vivimos resulta sorprendente y hasta temerario. Se sabe que Evo no está con el neoliberalismo ¿Pero cómo hará para bajarse del tren? ¿Se cumplirá la sentencia de Felipe González, de que la izquierda es buena para redistribuir, pero no para crear riqueza?
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