¿QUIÉN INVENTA LA REVOLUCIÓN?
(16.1.06)
Por Wilson Tapia Villalobos
Me impresionó La guerra de Galio. Me pareció fascinante verme en un reflejo generacional. En una historia de la que fuimos protagonistas, con otro acento. Con entornos diferentes, pero tan parecidos. No todo eran las vivencias, que se sentían como respiración aguardentosa en cada página del libro. Estaba la maestría del mexicano Héctor Aguilar Camín (59) para narrar una historia tantas veces vividas. Un tremendo escritor, un gran periodista. O a la inversa. No hay orden de prioridades cuando se toma una pluma para contar la realidad o para desgajar ficciones del paso de los años y del peso de ilusiones que se fueron así nomás.
Debe haber sido por eso que cuando el otro día un amigo me envió una entrevista que le hacían a Aguilar Camín, me interesó. Hablaba de política, como historiador que es. Y lanzaba juicios categóricos avalados por una mirada crítica y llena de ideología, el periodista. Hablaba sobre América Latina. Sobre lo que ocurre con la izquierda en esta parte del mundo. Y, osado, se atrevía a crear categorías. Como si no tuviéramos suficiente con este enredo que es la política de los acuerdos, las peleas entre parientes cercanos, el distanciamiento entre hermanos. Para él, aquí, en nuestro sub-continente, existen dos izquierdas: “La de Ricardo Lagos y las demás”. Y se inclina por la de Lagos. La reconoce exitosa, que está creando riqueza y repartiéndola. Al resto lo ubica lejano. Salva a Lula, con un dejo de esperanza por el poco tiempo que ha tenido para probar su eficacia. Salva a Kirchner, porque nadie puede hacer maravillas partiendo del calvario de la crisis. Y llega hasta Cuba, donde ve anidado el fracaso. Claro, antes había pasado por Venezuela, para decir que los petrodólares marean, crean espejismos. Y cuando pasa el calor, la realidad golpea en las arcas vacías de una economía desvencijada. Concluía la entrevista con una especie de sentencia: “Nuestros países deben ser de derecha en la economía y de izquierda en el Estado y en la política social”.
Al terminar de leer, una pregunta no me dejó tranquilo. ¿Podrá haber una izquierda neoliberal? Es posible que sí. Al menos eso es lo que me hace pensar aquello de ser derechista en la economía e izquierdista en lo social. Un pensamiento que, por lo demás, no es nuevo, ni invención de Aguilar Camín. En Chile se ha aplicado y ha dado dos resultados que son, al menos para mí, sorprendentes. Por una parte, las políticas económicas impulsadas por el Presidente Ricardo Lagos han llevado al país a ocupar el décimo lugar entre las naciones con peor distribución de la riqueza en el mundo. Y eso abre brechas enormes en una sociedad cuya economía creció más de 6% en el 2005. Por otra parte, y pese a ello, el 75% de los chilenos apoya la gestión de Lagos, según diversas encuestas.
En marzo, se cumplirán 16 años de Gobiernos encabezados por hombres de la Concertación de Partidos por la Democracia. Y en ese mes se iniciará una nueva administración del mismo signo, presidida esta vez por una mujer, Michelle Bachelet. Todo parece indicar que los chilenos, al menos una mayoría contundente, están satisfechos con lo que ocurre, a pesar de que aún se mantienen enclaves autoritarios, como el sistema electoral. A pesar de que algo más del veinte por ciento de la población vive en la pobreza.
¿Será que la gente se cansó de esperar utopías? Cualquiera sea la respuesta, lo claro es que podemos hablar de izquierdas. Pero ya no es posible hablar de revolución. Nadie parece contar con proyectos sólidos que sean capaces de crear otro sistema. Pese al rechazo que genera el desempleo estructural que acompaña al sistema neoliberal. A pesar de precariedad laboral. A pesar de las diferencias escandalosas entre unos pocos ricos y muchos pobres.
Es posible que los chilenos confíen en reformar el sistema. Y en esa dirección hacen su apuesta. Si es así, Aguilar Camín tiene razón. Es la hora de la izquierda reformista. Los socialdemócratas siempre fueron eso: luchadores incansables por reformar el sistema. Por hacer más sensible al capitalismo. Pero nunca buscaron reemplazarlo. Lo que ocurre es que ahora, partidos como el socialista descubrieron que su alma revolucionaria se había marchitado. Y encontraron su vena socialdemócrata. Es por eso que, en Chile, dieron un paso que parecía imposible: se unieron con la Democracia Cristiana.
¿En un panorama así de enrarecido, se puede hablar de izquierda? Una vez más, la derecha tiene las cosas claras. Es dueña del modelo, pero son otros los que manejan la parte política de él. ¿Eso la incomoda realmente? Parece que no demasiado. En el 75% de chilenos que apoya la gestión de Lagos, al menos un tercio debe ser de derecha. La izquierda, en cambio, se debate en un mar de dudas, cuyo oleaje acaricia hermosas playas de pragmatismo. Y la izquierda con apellido revolucionario -sólo con apellido- aún no encuentra el piso sólido para recuperar identidad.
Mientras tanto, los problemas de país pobre siguen existiendo en el Chile exitoso. Ese en que gobierna la izquierda distinta de las otras. Y la gente sigue votando por ella. ¿Será que está satisfecha o que cree que con la derecha estaría peor? En una nación tan golpeada por las frustraciones políticas del pasado reciente, se puede comprender que la tranquilidad sea una meta. Claro, de una sociedad consumista, en que campea un individualismo hedonista y en la que crece, casi como una depresión monstruosa, el nihilismo.
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