El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 21, 2006

ALGO HUELE MAL….

(10.4.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

No es Dinamarca, no soy Hamlet, y quien pone estas palabras en el cíber espacio no es Shakespeare. Como ciudadano común, recuerdo al genio británico para llamar la atención sobre la justicia chilena. Acerca de lo que ha quedado al descubierto con el rechazo a que el ministro Carlos Cerda llegue a la Corte Suprema.

Nada es nuevo. Pero los chilenos tenemos mala memoria. Entre tanta frivolidad, ligereza, consumo y sensualidad, las herramientas nemotécnicas se van agobiando. Se ponen laxas. Dejan pasar acontecimientos fundamentales. Y cuando vuelven a presentarse, como sí tal cosa. Pareciera ser el típico síndrome del circo, que los romanos amalgamaron tan bien con el pan. Con eso bastaba para un pueblo ignorante. Hasta ahora no he escuchado a ninguna autoridad chilena que se ufane de darle al pueblo sólo estos dos elementos. Pero aquella frase de Eugenio Tironi, durante el gobierno de Patricio Aylwin: “no hay mejor política de comunicaciones que no tener política de comunicaciones”, es casi lo mismo. Basta con entretener. Con dar la sensación de que estamos en democracia. De que todos decidimos lo que hacemos. Que cuando votamos elegimos a quienes queremos que nos representen. Pareciera que esa sensación es suficiente. Que estemos convencidos que somos amos de nuestros destinos. Por lo menos los romanos sabían que sólo tenían pan y circo. Acá ni siquiera eso. Nos han convencido que el futuro lo manejamos con mano segura. Por eso, a veces es bueno pararse a revisar si tanta belleza es real.

Carlos Cerda iba a ser sacerdote. Su guía espiritual le aconsejó que esperara un año antes de decidir. En ese lapso entró a la Universidad a estudiar Derecho. Entre tanta compañera buenamoza, enamoró. Los hábitos fueron superados por la pasión. No se arrepiente. El apostolado que debía comprometer con Dios -sin dejar de lado a éste- lo orientó a la justicia. Y ese ha sido su afán. Sin temor. Si medir pequeñas ventajas antes de emitir sus juicios en procesos que harán la historia que viene. En su larga vida judicial ha demostrado que no tiene dobleces. Que sabe que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Convicción contraria a todo diplomático.

Claro, eso no gusta. Tiene enemigos dentro y fuera del Poder Judicial. Los de adentro condenan el rechazo a la genuflexión y el ser distinto. Ese afán de no sumarse a la hipocresía nacional. Los de afuera le reprochan no respetar sus íconos. Cómo se le ocurre condenar a un asesino ladrón que está viejo. Esa es una clara demostración de que no sabe mirar al futuro. ¡No puede ser miembro de la Corte Suprema!

Y Carlos Cerda ha visto truncada su carrera quizás para siempre. En el Senado, 21 parlamentarios -necesitaba 25 votos- creyeron que él debía llegar al máximo tribunal. La oposición -excepto Alberto Espina- con sólo 16 votos, dijo no. Utilizó el veto que le da esta Constitución bendita que fue reformada pomposamente por el presidente Ricardo Lagos, pero que, gatopardísticamente, quedó igual en sus partes esenciales. Me refiero a ciertos quórum como éste o al sistema binominal.

Sin embargo, circunscribirse al episodio de Cerda, es menor. El ex ministro Juan Guzmán fue más a fondo. Tomando como base esta anécdota, lanzó acusaciones graves contra la Justicia. Dijo lo que pocos se atreven a sostener, pero que el chileno medio sabe, si no la justicia no estaría entre las instituciones peor evaluadas del país. Alertó sobre la venalidad de algunos jueces. Acerca del clasismo que impera entre los magistrados. En fin, dijo verdades de un sistema que requiere ser cambiado de raíz y no sólo con reformas cosméticas, por más caras que resulten. Que necesita terminar con esos claroscuros que tiene nuestra institucionalidad y que a algunos los hace ufanarse porque “funciona”.

El mal va más allá. El senador de Renovación Nacional Alberto Espina reconoció que los políticos estaban en deuda con el Poder Judicial. Que cuando toman decisiones, como la que afectó a Carlos Cerda, lo que están haciendo es politizar la justicia. Una aberración, claro. Y sigue allí. ¿Por qué? De alguna manera, porque nadie quiere perder las migajas que entrega esta política de los consensos a todos lo que ejercen el poder –y quienes están en la judicatura tienen su cuota.

En el Poder Judicial no hay autocrítica. Se encierra sobre sí mismo, como si sus integrantes estuvieran ajenos a la condición humana de equivocarse y poder mejorar. Es la prensa la que tiene que descubrir que una jueza choca borracha un vehículo fiscal que se niega a devolver. En general, un manto de silencio cubre las debilidades de los que están en la judicatura. Y se pretende que creamos que están más allá del bien y el mal. Nadie les pide eso. Sólo que cumplan con aplicar la ley y hacer de ello un apostolado. Allí hay un compromiso ético. Y del él no puede estar ajena la estructura superior del país. La estructura política, en su conjunto. Hay que partir por aplicar de manera tajante las normas éticas que la sociedad respeta o se compromete a respetar. Ello considera el ejercicio de todos aquellos vinculados al sector, incluidos los abogados. No es posible que tengamos a juristas dedicados a torcerle la nariz a la realidad, cuando no a la ley. Y eso se presenta como un éxito, no como una falta de respeto a todo un pueblo. Claro, esto pasa en un país en que el pueblo está mareado por el mal olor de las fieras del circo.

Algo huele muy mal en la justicia. Pero el hedor no sólo proviene de los jueces.