El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, diciembre 16, 2006

LA HISTORIA DEL SILENCIO

(20.9.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Cuando Francis Fukuyama lanzó su opúsculo El fin de la Historia, muchos creímos que era un exceso de triunfalismo. Era cierto que el muro de Berlín había caído. De los socialismos reales quedaba poco más que nostalgia. Hacía tiempos que los Partidos Comunistas del mundo se desgranaban en vertientes con distintos apellidos. Pero de allí a pensar que el capitalismo, con su secuela política de neoliberalismo, era alternativa omnímoda por los siglos de los siglos, había mucho trecho. Sobre todo, que las naciones pobres conocían lo que podía hacer el mercado. Sabían que no estrechaba la diferencia entre ricos y pobres, por el contrario. Pese a todo, hoy la realidad se va dibujando con el prisma de los globalizadores y ese no es otro que el del primer mundo. El de Fukuyama, con aditamentos del pensamiento algo más conservador de Samuel Huntington.
En líneas gruesas, en aquello del fin de las ideologías, Fukuyama parece haber tenido razón. Tal vez no en que éstas hayan desaparecido, sino en la viabilidad que pueda tener su aplicación. Pero, obviamente, la aseveración es demasiado rimbombante. La historia terminará con la desaparición del hombre de la superficie Tierra y de la faz de cualquier otro planeta. Pero después del 11 de septiembre de 2001, el mundo rico semejaba una sola pieza acerada, transido por el miedo al terrorismo. Después comenzaron a aparecer diferencias.
Europa intenta dejar atrás la concepción del Estado nación, para caminar hacia un orden con parámetros más amplios. Esa aspiración está afincada en valores morales. Sin embargo, su principal aliado y la primera potencia del mundo, Estados Unidos, se encuentra en una posición diferente. Sigue con la antigua concepción de la Nación, y el pragmatismo de la defensa de sus intereses lo lleva por otros caminos. Para Europa parece ser extremadamente incómodo que el socio principal deje de cumplir pactos internacionales en materia de medio ambiente, desarme, legalidad internacional y derechos humanos. Pero no puede hacer más que callar. Y el pragmatismo lo lleva también a seguir en la comparsa.
Tal vez Fukuyama apuntó certeramente al advertir que la civilización occidental lograría imponer sus paradigmas. Esto no es una novedad que pueda deslumbrarnos. Imanuelle Wallerstein ya sostenía que en la historia ha habido sólo tres revoluciones. La primera fue la Agrícola. La segunda, la Industrial. La tercera, la Comuna de París. El resto no resultaron sino intentos fallidos: el capitalismo fue capaz de adecuarse a las demandas que planteaban las fuerzas revolucionarias y arrebatarles sus banderas.
El tema es para sesudos análisis e involucra la vida de miles de millones de seres humanos. Hoy resulta bastante obvio que el sistema neoliberal es concentrador de riqueza, en vez de ser un buen repartidor. Por lo tanto, amplía la brecha entre ricos y pobres. Pero no existe alternativa y los llamados a sensibilizar el capitalismo salvaje -que han hecho, incluso, líderes espirituales- hasta ahora terminaron en oídos sordos.
Llevando la cuestión a la cotidianeidad de la política, a uno le parece comprensible que los comunistas no quieran seguir pateando piedras. Que acepten que el momento del diálogo ha llegado, como si el sistema binominal lo hubieran creado ellos. Pero en fin, está bien un poco de pragmatismo para la supervivencia. Se torna algo más complejo, sin embargo, que el hasta ayer líder de la derecha chilena, Joaquín Lavín, hable de una centroderecha popular e intente actuar como su adalid. Y, aún más, que un dirigente del socialismo -el senador Carlos Ominami-, quiera terminar con las indemnizaciones por despido para repotenciar el desarrollo económico.
A la vista de estos ejemplos, resulta claro que las ideologías políticas como las conocimos dejaron de tener sentido. La derecha y la izquierda viven gracias al pragmatismo. Pero no representan a aquellos con quienes se les identificaba en el pasado. Por otra parte, siguen existiendo bastiones que uno podría llamar conservadores por el sólo hecho de subsistir. Uno es la Iglesia Católica, cuya oposición a cualquier tipo de control de natalidad o sexo seguro la transforman en una rémora.
Vivimos en un mundo que ha cambiado. Y está quedando demostrado, una vez más, que algunas veces el mundo cambia mucho más rápidamente que la mentalidad humana o que sus instituciones. ¿Qué tiene de socialista la propuesta del senador Ominami? ¿Cómo puede la Unión Demócrata Independiente (UDI) ser popular si defiende los intereses de la derecha económica? ¿O tales conceptos no tienen ya razón de ser? O, más preciso aún ¿los partidos políticos, como estaban concebidos y aún subsisten, dejaron de tener sentido?
Es posible que el pragmatismo nos esté haciendo escribir ahora la historia del silencio. Los europeos, porque no cuentan con fuerzas para oponerse e imponer parámetros morales. Los pobres, porque carecen de poder para rebelarse y tienen que sobrevivir. Los dirigentes políticos, porque necesitan convencer que siguen siendo leales a sus postulados populares, unos, y, otros, porque tienen que esforzarse por alejar cualquier duda de que los intereses de los pobres y los ricos son los mismos.
A cada uno le corresponde sacar sus conclusiones.