El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

viernes, noviembre 24, 2006

ALTERNANCIA

(12.11.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Durante los próximos cuatro años, la palabra alternancia se repetirá de manera constante. Será una especie de sonsonete. Y en él estará la mayoría de la prensa del país. Porque en Chile los temas de la agenda los ponen quienes manejan el poder real: los grupos económicos. Que sus representantes naturales no tengan el gobierno, es un accidente que parecen dispuestos a remediar luego del mandato de la presidenta Michelle Bachelet.
Los últimos casos de corrupción, exacerbados hasta un punto límite, han servido para el lanzamiento de la campaña. Pero eso no es más que el pretexto. Lo verdaderamente importante es demostrar que el germen de la corrupción está en que la Concertación de Partidos por la Democracia va a enterar veinte años en el gobierno cuando Bachelet deje La Moneda. En otras palabras, que todo se arregla con que la manija estatal cambie de operador cada cuatro u ocho años.
El argumento es, a lo menos, discutible. No porque les asista poca razón en que una estadía prolongada en el gobierno es casi un astringente ético. No. Lo discutible es si la falta de alternancia constituye el verdadero problema que aflige al país. Estoy entre los que piensan que Chile no es corrupto. Pero también creo que el sistema que aquí impera se encuentra lejos de cumplir con las exigencias mínimas que se le debe hacer a cualquier democracia. En otros términos, el fondo del bosque se ve feo, no porque las ramas hacen sombra y dificultan el disfrute de su hermosura. La verdad pura y simple es que no hay tal belleza.
Desde hace treinta y tres años, vivimos en una nación que perdió el sentido de la participación. Entre 1973 y 1990, fue una dictadura -compuesta por militares y civiles- la que impuso los términos de la convivencia. En los últimos dieciséis años, esos términos no han cambiado radicalmente. Se sofisticaron. Las pruebas están a la vista. La concentración del poder económico experimentó tal incremento que nos llevó a ocupar el décimo lugar entre los países que peor reparten la riqueza en el mundo. Y eso significa aumento de la iniquidad y atropello a derechos humanos fundamentales, como educación, salud, vivienda, acceso a la cultura y a la información, entre otros. Estas falencias componen un escenario político bastante más amplio que el que pueda copar la alternancia.
Cuando Hernán Larraín, desde la presidencia de la Unión Demócrata Independiente (UDI), clama por la alternancia, y Carlos Larraín hace lo propio desde la testera de Renovación Nacional (RN) ¿qué están pidiendo? Cuando el senador Fernando Flores dice que no se vino de Estados Unidos, ni sufrió exilio, ni fue ministro de Salvador Allende, para participar en “una pandilla”, haciendo alusión a su militancia en el PPD ¿qué está diciendo? Cuando Jorge Schaulsohn clama por la alternancia ¿qué significa? Cuando algunos socialistas se ubican en esa misma postura, pero con menos exposición pública ¿qué pretenden? Finalmente, cuando el cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, aborda el tema ¿a qué obedece?
¿Oposición, Gobierno e Iglesia Católica, todos juntos? Sí. Todos comparten la idea de la democracia de los acuerdos. Pero si se analizan separadamente las razones de cada uno, las diferencias se notan. Larraín y Larraín están defendiendo la posibilidad de incrementar sus cuotas de poder. En otras palabras, de aumentar significativamente la capacidad de las bolsas de trabajo que deberían ser sus Partidos. En términos estratégicos, ensanchar más el campo de negocios hacia áreas que no fueron privatizadas en la dictadura. O sea, sus razones de fondo para plantear la alternancia poco tienen que ver con la corrupción o con una mejoría para el país. Si uno mira las cosas desde esta perspectiva, advierte que durante el mandato del general Pinochet -que Larraín y Larraín jamás condenaron- estuvo la génesis de algunos grupos económicos que hoy ocupan posiciones dominantes. Partieron prácticamente desde cero, apropiándose de empresas y bienes del Estado. Si eso no es corrupción, ignoro el nombre que pueda dársele. Con una agravante para Larraín y Larraín: en estos dieciséis años de democracia, el empresariado nacional no ha dado muestras serias de mayor sensibilidad social. El aumento de la concentración económica da prueba de ello. No ha habido chorreo.
El caso del senador Flores es distinto. En realidad se vino de Estados Unidos -que es lo único relevante, porque el exilio fue en USA, y que haya sido ministro de Allende es ya casi un accidente-, porque prefería ser pelo en cabeza de ratón que pelusa en la cola del león. Y a ello obedece que se acoplara a “la pandilla” del PPD. Eso, en política. En los negocios también tuvo ojo selectivo. Creó, junto a Agustín Edwards y Hernán Larraín -no es alcance de nombre-, Ciencia de la Vida, fundación para realizar ingeniería genética. Además estableció País Digital, a fin de desarrollar una nueva cultura en sectores empresariales, gubernamentales y educacionales. Sus socios allí son Agustín Edwards, Alejandro Foxley, Cristián Piñera, Blas Tomic, Gonzalo Rivas y Pedro Rosso.
Lo de Schaulsohn, en cambio, tiene un tono menor. Su olfato político es más bien estrecho. Y en cuanto a los negocios, que parecen ser su verdadera vocación, está pavimentando el camino para tareas de envergadura.
El caso del cardenal es más bien coyuntural. No quiere quedarse fuera de la foto. O que lo acusen, como lo hizo la UDI ante el caso Spiniak, de “silencio cómplice”. Pero es lo suficientemente hábil como para cambiar el cortante y certero “sin comentarios”, por una reafirmación del sentido democrático de la voluntad del pueblo.
En resumen, todo pareciera pura parafernalia para defender posiciones de poder. Nadie va al fondo del problema. Lo que está mal es el sentido que la política tiene aquí. Son las respuestas individualistas. Es la inoperancia de los Partidos. Es el cambio de líderes políticos por administradores. El trocar el interés general por el bienestar personal o corporativo. El estimular la competitividad para alcanzar el éxito, dejando completamente de lado la felicidad. En pocas palabras, desechar el amor, que es aglutinante permanente en cualquier sociedad humana. Y eso, no se cura con alternancia.

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