El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 28, 2006

EL CHILE DEL RUBOR

(4.9.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Me imagino que ocurre en todos los países. Hay momentos en que el nacional siente calor en sus mejillas. El rojo le tiñe el gesto y las garras de la vergüenza aprietan el alma. Generalmente, sólo les pasa a algunos. El resto del conglomerado social sigue como si tal cosa. Y es posible que los responsables del rubor de sus compatriotas se sientan satisfechos. Allá ellos.

Esta semana hubo un hecho que no me hizo sentir orgulloso de ser chileno. El juez español Baltasar Garzón llegó hasta estas costas. Me imagino que vendría a conocer a quienes, guste a no, les marcó la historia. Fue invitado por la Universidad Central, que lo distinguió como Doctor Honoris Causa. El decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de esa casa de estudios superiores es el ex juez Juan Guzmán Tapia. Uno podría pensar que la U. Central es casi un cubil de amplios de mente. Quienes crean eso, están equivocados. La U. Central nace en el inicio de los ‘80 y pertenece a personajes connotados de la derecha chilena. Lo que hace comprensible que vean a la educación como un negocio. Y en él, hay que hacer marketing. El juez Guzmán tiene el atractivo de los Derechos Humanos. Y Garzón también aporta en tal sentido.

A la Universidad Central no se le podía pedir más. Incluso, en el itinerario que crearon para la visita del jurista español no había nada demasiado espectacular. Ni pensar en un encuentro con agrupaciones de derechos humanos en el Estadio Víctor Jara, por ejemplo. Se trataba de no superar el perfil universitario. Es decir, de apuntar hacia el corazón de los nuevos estudiantes que, en unos meses más, tendrán que elegir donde matricularse. Y, en lo posible, no provocar olas. Aprovechar el aura de Garzón para hacer un poco de ruido mediático es una cosa. Otra, muy distinta, es el compromiso ideológico. Hasta las giras de Garzón por el país se pensaron con detenimiento. Por eso, sus visitas a regiones prácticamente fueron en privado. Y, por eso también, expusieron al juez a manifestaciones contrarias en el terminal aéreo.

Esto último no me llama la atención. Sobre todo, si la agresividad nace de los líderes. La odiosa senadora Evelyn Matthei propaló que si lo veía lo escupiría. El senador -ex comándate en Jefe de la Armada y almirante (r)- Jorge Arancibia había hablado de un atentado de Garzón a la soberanía chilena. Todo porque se atrevió a hacer en Londres lo que la Justicia nacional todavía no termina de hacer con el general -ex dictador- Augusto Pinochet. Seguramente ambos olvidaron la desazón que les produjeron las palabras de Camilo Escalona, quien en un rapto de delirio inaceptable -dijeron-, llamó a los empresarios explotadores “chupasangres”. Las voces airadas lo condenaron porque estaba recurriendo a descalificaciones del pasado. Y connotados personeros derechistas hicieron recordar hasta donde nos llevó tal clima en los años ’70. La senadora Matthei vertió el odio que le produjo una demanda internacional de Garzón contra su padre. Desde ese momento, el ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile (1978-1991), general (r) Fernando Matthei, no se atrevió a salir del país. En cuanto a Arancibia, sólo dio muestras de su impecable e implacable formación ideológico-profesional.

Incluso así, tanta odiosidad resulta curiosa. Finalmente, después de que se supo que Pinochet no sólo era responsable de crímenes, sino también había robado, varios de sus admiradores se sintieron defraudados. Pura coherencia, en un país en que el derecho de propiedad sigue siendo, para los que detentan el poder, más importante que los Derechos Humanos. Así y todo, las emociones son más fuertes. Somos seres humanos. Y sabemos lo difícil que es el perdón. Especialmente cuando los que infligieron el agravio no son capaces de pedirlo.

Pero el bochorno con Garzón me vino más fuerte cuando visitó La Moneda. Quiso conocer el Palacio de Gobierno y fue hasta allí. Ni siquiera un subsecretario salió a saludarlo. Su presencia, oficialmente, no existió para las autoridades chilenas. No existió para la presidenta de Chile, que tiene más de un dolor provocado por la dictadura. A lo mejor hay quienes ven en ese gesto algo de grandeza. Yo, en cambio, pienso que cuando se gobierna para todos los chilenos, todos debemos ser considerados. Los que manejan el poder económico y los que queremos rendir homenaje a quienes defienden a aquellos que aquí no tienen defensa. No me sentí interpretado por la Presidenta. Concluí que más le importó no molestar a los partidarios de Pinochet que el agradecimiento de muchos chilenos.

Cuando se gobierna para todos, hay que tener la fuerza de hacerlo. No basta sólo mirar las cifras de la economía y buscar el comportamiento políticamente correcto, en una democracia de acuerdos. Eso, finalmente, acaba en concesiones hacia la derecha. En sonrisas y seguridades para los empresarios, que son los que tienen el poder económico.

Garzón en Chile no será más que un episodio en los cuatro años de mandato de Michelle Bachelet. Pero ella debería saber -y creo que lo sabe- que son los pequeños gestos los que ganan corazones. Es posible que se haya convencido que su modelo debe ser el Presidente Lagos. Veremos qué dice la Historia. Tal vez ésta descubra que en el tiempo la coherencia vale más que las encuestas.