El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 28, 2006

BUENOS VECINOS

(12.7.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Esto de la integración latinoamericana ya parece cuento. Son muchos los vecinos que constantemente se muestran los dientes. Y eso que la idea de una América unida había cobrado fuerza con los estentóreos anuncios del presidente venezolano Hugo Chávez. La imagen de un oleoducto uniendo al Lago de Maracaibo con Tierra del Fuego, no dejaba de ser atractiva. Sí, utópica, pero atractiva como los sueños.

De los sueños siempre se despierta. Y el estado de vigilia latinoamericano es el que puede tener un continente atravesado por la desconfianza, cargado de odiosidades históricas y lo suficientemente pobre como para ser pasto barato para las transnacionales. Todo ello sin olvidar la influencia que ejerce aquí la principal potencia del mundo.

Una vez más, los chilenos estamos soportando una fuerte presión mediática. Y, también como siempre, el objetivo es hacernos mirar con franco recelo -y hasta alguna pizca de odio- a uno de nuestros vecinos: Argentina. Ahora es porque el gobierno de Buenos Aires decidió alzar los precios de la gasolina y el diesel para vehículos con patente extranjera. La medida operaría en puestos de expendio ubicados en la frontera. Y ello afecta especialmente a chilenos y brasileños.

Aquí, la noticia ha tenido muy mala acogida. Difícilmente podría haber sido de otro modo. El año pasado, Argentina decidió, unilateralmente, rebajar las cuotas de gas que vende a Chile. Varias industrias se vieron obligadas a disminuir su ritmo de producción y fueron muchas las voces que maltrataron al gobierno del presidente Néstor Kirchner. Ahora esto de las bencinas más caras para los vehículos extranjeros ha acaparado fuertes epítetos condenatorios. Y como se trata de una noticia con todos los aditamentos para ser una golosina política, la oposición derechista exige “mano dura” con Argentina. Algunos parlamentarios de la Concertación también se han subido al carro de los adjetivos fuertes. Dan buenos dividendos, sin duda. El gobierno, por su parte, ha ido alzando el tono. El lunes, el vocero oficial, el ministro Ricardo Lagos Weber, reconoció que la medida resuelta por Buenos Aires es de carácter doméstico y está en su derecho al aplicarla. Luego, el canciller Alejandro Foz ley le enmendó la plana. Señaló que la decisión argentina no es precisamente integracionista. Más tarde, la presidenta Bachelet dijo con todas sus letras que esto dificulta la integración entre los dos países.

Hasta ahora, todo previsible. Previsible que la oposición intente sacar dividendos políticos. Previsible que la Concertación y el Gobierno traten de ganar preferencias ciudadanas hablando fuerte y golpeado. Sobre todo que la última encuesta mostró al gobierno de la presidenta Bachelet con diez puntos menos de aceptación ciudadana que en el mes anterior. Comprensible, igualmente, el malestar por sentirse discriminados. Pero, una vez más, inaceptable que el gobierno chileno actual -igual que el anterior- siga lanzado culpas a diestra y siniestra y no adopte medidas efectivas para enfrentar el problema energético.

Se sabe que allí está la debilidad del desarrollo chileno. Por eso es que, durante la administración del presidente Lagos, se dijo que se buscaban alternativas incluso en Indonesia. Se traería gas desde allí para no depender de Argentina. Hasta hoy, el recambio energético chileno parece que ni siquiera ha avanzado pasos preliminares. O, al menos, el secretismo oficial hace pensar que la ineficiencia campea en este terreno.

Nada se sabe, por ejemplo, acerca de por qué las negociaciones con Venezuela no han prosperado. Recientemente, el embajador de ese país en Santiago, Víctor Eloy Delgado, afirmó que si las tratativas entre ambas naciones aún no se concretaban, no era responsabilidad venezolana. Y remachó afirmando que lo que Venezuela tiene, Chile lo necesita: petróleo.

Por otra parte, las dramáticas quejas chilenas no dejan de llamar la atención. Periódicamente, agricultores argentinos reclaman por la aplicación de “bandas de precios” que benefician a productores de trigo locales. Y también se escuchan voces airadas desde el otro lado de la cordillera porque Chile cierra sus fronteras a carne argentina. La causa: focos de fiebre aftosa. Permanentemente, la denuncia es catalogada de “exagerada” por las autoridades bonaerenses.

En medio de toda esta parafernalia, los gobernantes de turno se encargan de anunciar, tanto acá como allá, que Chile y Argentina tienen una relación privilegiada. Olvidando, acá, que hace sólo algunos años, militares chilenos en actividad fueron sorprendidos espiando en el interior del consulado argentino en Punta Arenas. Y, allá, ministros y autoridades de Santiago recurrentemente reciben un trato que ni siquiera se debiera dar a gobiernos neutros.

Yo me atrevo a decir que es puro subdesarrollo. Que ni en Buenos Aires ni en Santiago están a la altura de los tiempos. Unos y otros tratan de sacar ventajas de situaciones que no ayudan a cimentar confianza ni menos amistad. Y en el mundo en que hemos entrado o nos ayudamos integrándonos, o la velocidad de los cambios globales nos triturarán.