¿AGONÍA DE CUATRO AÑOS?
(27.6.06)
Por Wilson Tapia Villalobos
Como la administración de Michelle Bachelet será de sólo cuatro años, los socios han comenzado a afilar las uñas. La Democracia Cristiana (DC) cree tener el mejor derecho a que sea uno de los suyos quien la suceda. Es el miembro más votado de la Concertación. El Partido por la Democracia (PPD), el Partido Socialista (PS) y el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD) -son los parientes pobres y así los tratan en la repartición de los panes- confían en que sea algún militante suyo el próximo mandatario. Para eso crearon la entelequia del polo progresista que integra a los tres partidos, cuya votación sumada supera a la DC. Los tres pertenecen a la Social Democracia Internacional.
Las tensiones ya se han notado en los primeros cien días de la administración Bachelet. Algunos de los ministros democratacristianos han mostrado una independencia peligrosa. Fueron mucho más allá de lo aconsejable. Derechamente actuaron como si ellos hicieran la gran política y Michelle Bachelet cumpliera la función de mera administradora. A vuelo de pájaro, recuerdo tres casos. Martín Zilic, el ministro de Educación, cometió gruesos desaciertos en el conflicto de los estudiantes secundarios. No fueron errores tácticos menores. Detrás de la actitud de Zilic parecía haber el convencimiento de que el diálogo era inconveniente. Que las demandas de los muchachos no se respondían con apertura y participación, sino con órdenes que daba él, por supuesto.
Andrés Zaldívar, ministro de Interior y por lo mismo jefe del Gabinete ministerial, no ha mostrado la ductilidad que se esperaba como el dueño de la “muñeca política”. Está donde está precisamente por sus años de circo y porque se le creía capaz de entenderse con los parlamentarios de la oposición y, obviamente, con los de gobierno. Sin embargo, los desafíos que ha tenido que enfrentar no lo han mostrado cómodo. Da la impresión de que él tuviera una mirada distinta a la de la presidenta y le costara dejarla de lado para cumplir los lineamientos que ésta diseña.
Alejandro Foxley, ministro de Relaciones Exteriores, tuvo un “lapsus” que seguramente ha sido anotado en la bitácora presidencial. En el sensible terreno de los equilibrios latinoamericanos, él se definió como contrario a Venezuela en su aspiración de llegar al Consejo de Seguridad de la ONU en representación del continente. Esgrimió la idea de una tercera candidatura -la segunda es la de Guatemala, que apoya Estados Unidos- que “evitara polarizaciones”. Así lo dijo en una entrevista que publicó el diario EL Mercurio. Curiosamente, al día siguiente su creación fue tomada por Soledad Alvear, presidenta de la DC, para definir la posición de su Partido en estas materias. Foxley y Alvear olvidaron que las relaciones internacionales son materia exclusiva de la presidenta. Es cierto que después el ministro reculó. Pero en estos resbaladizos escenarios, cada uno sabe por qué echa a correr determinadas bolitas.
Como los años enseñan que las equivocaciones políticas publicitadas generalmente son muy bien pensadas, este último affaire hay que sumarlo a otro. El bullado pleito de los temas valóricos. La idea de diputados socialistas de plantear el tema de la eutanasia y el aborto terapéutico desató un escándalo de proporciones. Uno esperaba que el pandero conservador lo agitara la Iglesia Católica. Pero su protesta fue en tono menor si se la compara con la actitud de la DC. Y, por supuesto, que el coro que salió desde el palco de la derecha. Quedó claro que la DC, la derecha y la Iglesia, no quieren que se aborden ciertos temas. Ni siquiera que se discutan. Incluso, el propio presidente del PS, senador Camilo Escalona, se alineó en esta posición un tanto sorprendente para un socialista (?) Pero allí la explicación se encuentra en la política de los acuerdos. Y, posiblemente, en que alguien piensa que la Concertación no goza de una gran solidez después de tres gobiernos.
Todo parece indicar que la Democracia Cristiana se encuentra decidida a marcar diferencias con sus socios. Pese a ser la primera fuerza individual de la Concertación, está lejos de su potencia de antaño. Y eso sus estrategas lo atribuyen a que el ideario falangista se ha confundido con el de sus asociados. Es necesario buscar adeptos en la clase media conservadora. Esa que, creen, hoy se ha volcado a la Unión Demócrata Independiente (UDI) o que ha seguido las aguas de Renovación Nacional (RN). Posiblemente, respecto de la UDI están equivocando la puntería. El electorado a disputar es más bien el popular. Y en cuanto a RN, tendrán que ser mucho más derechistas. Sólo así podrán ganar puntos frente a Carlos Larraín, nuevo presidente de la colectividad, quien está convencido de que la Guerra Fría aún no termina.
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