El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 28, 2006

SER PRESIDENTA Y NO MORIR EN EL INTENTO

(24.7.06)
Por Wilson tapia Villalobos

No creo que Michelle Bachelet haya pensado nunca que ser presidenta sería una cosa fácil. Pero pareciera que esto de ser mujer añade problemas adicionales. Regresó de la cumbre del MERCOSUR, que se desarrolló en Córdoba, y aquí la esperaba un verdadero carnaval de fuegos artificiales. Claro que como se trata de pirotecnia manejada por políticos, alguien puede salir herido. Las primeras críticas se adelantaron a su llegada. No bien se publicó la foto oficial del encuentro, un coro de voces condenatorias impregnó el aire. El jefe de Estado venezolano, Hugo Chávez, posó su brazo sobre los hombros de la presidenta chilena. Y ésta ni le pegó una cachetada, ni movió molesta la parte superior de su estructura ósea. ¡Insoportable!. Una falta de respeto a nuestra presidenta. ¡Qué se ha creído el negro roto ese! Así, de sopetón, aparecieron el formalismo, la xenofobia y el chauvinismo habituales. Voces con pose de mayor sensatez llegaron a sugerir, públicamente, que la cancillería debería alertar a sus colegas venezolanos que el gesto de Chávez no cae bien en Chile. Que se vaya con cuidado y RESPETE.

A medida que pasaron las horas, las críticas dejaron de lado el honor nacional mancillado. Como era fin de semana, la oposición aprovechó la falta de noticias. El blanco elegido fue la presidenta. Hasta Lily Pérez se olvidó de la solidaridad de género y apuntó certera. Dijo que la presidenta no había tenido un buen desempeño en Córdoba. Que no había sabido defender los intereses del país. La Unión Demócrata Independiente (UDI), por su parte, se quejó del bajo nivel que habría mostrado la mandataria. Por lo menos, dijo uno de sus voceros, antes teníamos un presidente que, con soberbia, levantaba el dedo, ahora ni siquiera eso.

Para rematar, no faltaron los analistas sesudos. Y esos descubrieron que el eje político había cambiado en América Latina. Que ahora la izquierda campeaba. Y que Chile había quedado debajo de la mesa, presidenta incluida. Que Hugo Chávez era el gran vencedor y la derrota la tenía que asumir Lula, por la baja del predominio brasileño. La verdad es que lo que se escuchó en Córdoba fue un coro de voces críticas. El fondo de ellas estaba dirigido a Estados Unidos y su política para la región. Como que a los latinoamericanos presentes en la ciudad argentina se les había colmado la paciencia. Y se inclinaban por impulsar medidas reales de integración. Algo parecido a levantar una comunidad de naciones similar a la Unión Europea. La idea no es mala, ni nueva. En reaslidad, es la única posibilidad que tienen los países que pesan poco en este mundo globalizado. O se unen, o los peces grandes se los comen. Así lo entendieron en Europa y en Asia. Faltamos nosotros y los africanos.

¿Qué hizo nuestra presidenta ante este nuevo escenario? Evitó la ciénaga de la confrontación. Se fue por el lado de la integración real. Su discurso apuntó a la unión vial, a las realizaciones de infraestructura, al acercamiento con signo positivo concreto. En otras palabras, eludió comprometerse en la arena político-ideológica. Una salida inteligente, pero transitoria. Pronto tendrá que decidir si Chile le da o no el voto a Venezuela para que ocupe un puesto transitorio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Un sí, significaría alejarse de los dictados de Estados Unidos. Un no, representaría marcar distancia con sus pares del MERCOSUR, que anunciaron apoyo irrestricto a las aspiraciones de Caracas.

Una definición difícil para un gobierno que pareciera creer que el verdadero liderazgo se ejerce con mesura. Es posible que tenga razón. Pero como están las cosas en el mundo actual, hay que tomar algunas definiciones, aunque sean mínimas. Por el momento, uno de esos mínimos se encuentra en la integración. Claro que a la presidenta Bachelet no le va resultar fácil transitar por ese camino. Tiene a un canciller que nunca ha mostrado especial predilección por la región. Él se siente más cómodo en contacto con Washington o con la realidad europea. Alejandro Foxley no es, precisamente, un latinoamericanista. Es más, me atrevería a decir que forma parte de esa caterva de chilenos siúticos que lamenta haber nacido en este barrio.

En los próximos días, otros desafíos acosarán a la presidenta. Se anuncian nuevas encuestas de Adimark y del Centro de Estudios Públicos. Las aspiraciones de La Moneda es que la aprobación suba del 44%. Pareciera que todos olvidan que el presidente Ricardo Lagos tuvo menos que ese porcentaje en el inicio de su mandato. Y miren cómo terminó. Es cierto que contra Michelle Bachelet juegan algunos elementos nuevos. Ella ha insistido en no perder su identidad. No ha querido confundir ser mandataria con ser mandona –aunque eso no significa que no quiera estar en todas. Tampoco ha caído en la cultura dictatorial que inauguró Pinochet, pero que a la democracia le ha resultado difícil dejar en el desuso. La presidenta ha optado por la participación. Y el cambio cultural que ello significa no es una cuestión que dé resultado de un día para otro. Es un proceso lento. Lo que hay que saber es si le alcanzarán los cuatro años de mandato. Mientras tanto, deberá seguir soportando las presiones. Pero si tiene éxito, la democracia chilena habrá avanzado por el camino que corresponde: tomar en cuenta la opinión de la gente.