El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

sábado, octubre 28, 2006

EL PAÍS DEL REY DE LOS HUEVONES

(11.9.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

No sólo los súbditos hacen al rey. Sin territorio donde se cumplan sus designios, es nadie. La película de Boris Quercia -“El rey de los huevones”-debe haber llevado a profundas meditaciones a muchos. ¿Dónde reina su rey? Uno deja volar la imaginación. Es inevitable. Y va dibujando casi una Utopía, como la de Moro. Un país especial. Con seres humanos también especiales. Posiblemente ingenuos, con una pizca de soberbia, otro pichintún de autosuficiencia. Una mezcla indispensable para aceptar su realidad.

El despertar de cualquier mañana en ese país utópico debe ser sorprendente. Los diarios anuncian el término de una huelga de 25 días, en una de las mineras más grandes. La empresa propietaria de las faenas pierde en producción US$300 millones y para concluir el paro les paga a los dos mil huelguistas $9 millones y les otorga un crédito blando por otros $2 millones (en total, cerca de US$21.000 para cada trabajador). Actitud altruista, piensan los súbditos. Y habrá muchos que lamentarán el mal momento que estará pasando la poderosa transnacional BHP Billiton. Algún terrorista pensará ¿por qué la empresa no entregó estas granjerías sin huelga? Pregunta digna de un terrorista del país del rey del cuento.

Otro día, la bucólica paz es sacudida por la noticia de que la más bien escuálida galería de próceres será incrementada. Dando cumplimiento a sesudos análisis de especialistas, el reino ha decidido intervenir en la sequía de líderes que parece asolar esos parajes. Y dos estatuas serán levantadas para los empresarios, ya fallecidos, Andrónico Luksic y Hernán Briones. A más de algún descontento psicópata se le habrá ocurrido pensar que entre los líderes con monumentos no hay dirigentes obreros. Aunque abundan los Recabarren, los Blest, los Jiménez.

Por la tarde, el único diario que circula trae la noticia de que a Horst Paulmann se le ha otorgado la nacionalidad del reino por gracia. Don Horst se siente agradecido. Y a sus setenta y un años, seguramente recuerda con nostalgia y orgullo su Alemania natal. Es la culminación de una trayectoria que le ha traído una inmensa fortuna. Propietario de Cencosud, que maneja las cadenas de supermercados Jumbo, las Brisas, Santa Isabel; la multitiendas París; centros comerciales en Chile y Argentina y empresas financieras, entre otras, su poder es significativo y va en incremento. De nada sirvieron los argumentos de quienes se oponían a esta concesión honorífica que otorga el reino. Incluso, hubo algunos que lo acusaron de haber mantenido contactos en el pasado con el centro de torturas denominado Colonia Dignidad. Él explicó que todo había sido sólo en el plano de los negocios. Y como en el reino el derecho de propiedad es más importante que los Derechos Humanos, el reclamo quedó en nada.

Los amargados, que en el país no abundan, pero existen, seguramente habrán recordado que hacía poco a un argentino se le negó ese mismo galardón. Claro, Horacio de la Peña había llevado al reino sólo a ser campeón mundial de tenis. Y también la amargura que emponzoña sus vidas, les hizo rememorar que a otro empresario exitoso no se le trató con la misma consideración. Los vecinos de un sector adinerado de la capital se opusieron a que la calle donde vivían llevara el nombre de Jorge Yarur. La familia de éste provenía de Belén, Palestina. Era, en la graciosa jerga del reino, turco. Y un turco no es lo mismo que un ario, aunque el último pueda tener relaciones con torturadores y utilizar prácticas antisindicales y el primero se haya distinguido por una esforzada labor que verdaderamente benefició a muchos. ¡Un ario es un ario y un turco es un turco! Así de amplia es la mente de la gente del reino. Sobre todo cuando se ufanan de que en los confines de su territorio no existe un ápice de racismo.

Por esos mismos días, los súbditos se enfrascaron en una discusión profunda. La Iglesia oficial decidió que no había para qué entregar un anticonceptivo. Se calcula que en el reino anualmente se practican 250 mil abortos. Son todos ilegales, porque el tema ni siquiera se puede tratar públicamente. Pero los emisarios de Dios en la Tierra objetaron la medida, mientras aumenta el número de adolescentes embarazadas. Dijeron que era propia de un régimen totalitario. Como en el reino ha aumentado la represión, es posible que ahora se quiera prohibir que los jóvenes tengan actividad sexual. Algunos subversivos, en forma muy solapada, han echado a correr el rumor de que desde la Edad Media hasta ahora han pasado cosas extrañas. Los que hoy reclaman contra “lo totalitario” de entregar la píldora, son los mismos que creen que sólo hay una verdad. Y, por supuesto, les pertenece. Pero como en el país los súbditos son como son, se siguen declarando seguidores de esa fe, aunque en la realidad hagan lo que se les antoja. Porque en el país del rey que comentamos, uno de los mejores negocios -y desde hace muchos años- son los moteles.

Es curioso lo que ocurre con la juventud en esas comarcas. Con el tiempo ha ido disminuyendo la edad en que las personas pueden ser imputables penalmente. La vara bajó de los dieciocho a los dieciséis años. Sin embargo, cuando se trata de ejercer derechos, la mayoría de edad sigue pegada en los dieciocho. Algo que a los súbditos les parece de lo más normal. Así es la vida en el país del cuento.