El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

viernes, noviembre 24, 2006

LEALTAD

(21.11.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

La palabra lealtad, como tantas otras, parece haber entrado en desuso. Poco se habla de ella. Los lingüistas sostienen que es un sino de los tiempos. Los términos se gastan y entran en el olvido. Es así, qué duda cabe. Pocos son los viejos que aún hablan de “hacer una vaca” o de salir a “patiperrear”. Claro que en estos casos, son términos de uso coloquial. Términos que denotan una acción. No tienen un contenido valórico significativo. Pero la lealtad, como la felicidad -otro término fuera de circulación, igual que pueblo- poseen una connotación claramente valórica. Y si se los dejó de lado es porque su práctica no parece necesitarse. ¿No es necesario practicar la lealtad? ¿La felicidad se acabó como objetivo del ser humano? Prefiero no preguntarle a los lingüistas. Ni menos a los psicólogos. Me quedo con la explicación doméstica: Algo nos pasa.
Según la Real Academia Española, lealtad es el “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y de la hombría de bien”. Para estar de acuerdo con los tiempos y la realidad, tendríamos que agregar la “mujería” de bien. Curioso lo que ocurre. El cambio de los tiempos nos obliga, por un lado, a inventar palabras nuevas para darle un sentido menos excluyente al lenguaje. Y, por otro, nuevas prácticas parecen llevarnos a quedar mudos frente a comportamientos éticos esenciales.
Estamos viviendo en un país en que el poder se ha transformado en una golosina adictiva. Siempre ha sido así, según Nicolás Maquiavelo. Es posible que muchos piensen que el florentino era un exagerado impenitente. Lo ocurrido en Chile en los últimos ocho meses tendrá que haberlos hecho recapacitar.
Hemos sido testigos de violentas arremetidas contra el gobierno de la primera mujer que llega a La Moneda. Si no se tratara de política, uno podría pensar que ha habido ensañamiento por puro machismo. Lo concreto es que el espectáculo es bastante parecido al circo romano. Con la diferencia que en la arena no hay cristianos y los leones, entre otros, son democratacristianos. ¿A quien se quieren comer? A todo lo que se interponga entre ellos y el poder. Así de simple.
Para comprender lo que está pasando se me ha hecho necesario establecer una especie de tabla de prioridades. Y empecé por la presidenta Michelle Bachelet. Ella ha sido objeto de un sinnúmero de deslealtades. Empezando por las de su antecesor, el ex presidente Ricardo Lagos. La totalidad de las acusaciones de corrupción que penden sobre su administración vienen del gobierno pasado. Y Lagos no ha querido bajar del Olimpo. Algo debe ocurrirle con la historia al ex mandatario. En la Grecia antigua, los dioses descendían a terreno para arreglar entuertos o crearlos, es cierto. Pero no se quedaban tan orondos como si nada pasara. Mientras, la señora Bachelet tiene que dar muestras de mujería de bien manteniendo la boca cerrada.
Luego viene la Concertación. La Democracia Cristiana (DC) está empeñada en jugar un papel de pragmatismo extremo. Cuando le conviene, recuerda que pertenece a la Concertación. Cuando no, sus parlamentarios se sienten libres como las aves. Critican todo, como si desde 1990 no hubieran estado en el Gobierno. Los senadores Adolfo Zaldívar y Soledad Alvear, en pugna en el interior de la DC, se encuentran en esto de las deslealtades con La Moneda. Ambos declaran fuerte apoyo a la presidenta. Pero cuando pueden, sus dagas se clavan en alguna parte de la humanidad de la jefa de Estado. Ni qué hablar del senador del Partido por la Democracia (PPD) Fernando Flores. Y más vale no entrar en las diferencias por temas valóricos. Allí la pelea es un poco más amplia, entran los socialistas y hasta los radicales.
Siguiendo las prioridades, se pasa a los partidos. Entre DC y PPD, el asunto parece ajuste de cuentas. Casi como en la mafia. La senadora Soledad Alvear se ha transformado en un filoso cuchillo que saca lonjas de distintos lados. Su objetivo preferido es el senador PPD Guido Girardi.
Después, el PPD tiene su propio show. El personaje mayor en esto de ignorar la lealtad es el senador Fernando Flores. Pero él insiste en hablar de pureza y de limpieza política. Cree tanto en su capacidad, que está convencido de la imbecilidad del resto del país. Si fuera un poco menos soberbio y algo simpático, valdría la pena sacarlo del error. Pero, no, más vale no perder el tiempo. Hay que dejarlo tranquilo y esperar para advertirle que la política es una cosa y los negocios otra. Lo más curioso de lo que ocurre en este Partido es que con toda la bulla que por acción u omisión mete Flores, Girardi ha pasado a un segundo plano.
Pese a lo que pudiera pensarse, en la oposición las cosas no están mejor. El senador Pablo Longueira se declaró candidato presidencial y se lanzó contra su aliado Sebastián Piñera. No es necesario tener animadversión por la derecha para reconocer hechos históricos. Los principales enemigos de esta tendencia están dentro de ella misma. Y como nos encontramos en período preelectoral desde que asumió Michelle Bachelet, las bestias se han soltado en la Alianza por Chile.
De lealtad, cero. El poder es adictivo y hace más daño que una droga. Su uso debería penalizarse.