El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

viernes, noviembre 24, 2006

¿EN LA UTI?

(24.11.06)
Por Wilson tapia Villalobos

Cuando frente a las crisis políticas los protagonistas coinciden en algo, hay que sospechar. Si Usted es simpatizante de la Concertación de Partido por la Democracia, puede estar tranquilo. Varios dirigentes del conglomerado estuvieron de acuerdo: la coalición está al borde del abismo. En cualquier momento puede morir. Las razones que esgrimen son las contradicciones valóricas, las descalificaciones, los intentos de asesinato de imagen y una enorme etcétera. Demasiado fácil. Mucha parafernalia. Incluso la aparición del ex presidente Ricardo Lagos aquietando los ánimos, más que la confirmación de una agonía es la reafirmación de un momento mediático especial que debía ser aprovechado. Se necesitaba la voz de un líder y él no dejó escapar la oportunidad. No importa que le quitara cámara a la presidenta Michelle Bachelet, cabeza natural y actual de la coalición.
No faltará quien me contradiga y sostenga que las diferencias son reales. Sí, eso no se puede negar. Pero siempre han existido. Y durante dieciséis años han podido superarse, porque de por medio estaba el usufructo poder. Eso tampoco hay que obviarlo.
No es nuevo que humanistas a secas y humanistas cristianos entren en contradicción. Los segundos tuvieron que ponerse apellido para diferenciarse de los primeros. A pesar de que el ser humano es uno solo y la naturaleza no lo dotó de ideología religiosa, por más respetable que ésta pueda ser. Si en los dieciséis años pasados no se presentaron discrepancias graves fue por temor. Al comienzo, temor a que los militares tuvieran algún pretexto. Después, temor a las sutilezas de la democracia. Me refiero a la necesidad de discrepar. Como desde el inicio se instauró una democracia de acuerdos que involucraba a la oposición, que hubiera diferencias en el interior de conglomerado de Gobierno resultaba absurdo. A los jefes de la Concertación les habrá parecido una exhibición impúdica de desunión y, por lo tanto, de falta de fuerza.
Pero con el paso del tiempo, los temores fueron quedando atrás. Y, sobre todo, el acontecer político demostró que Chile estaba listo para tener, no uno, sino dos presidentes socialistas. Está bien, lo diré también de otro modo: Los socialistas chilenos estaban listos para administrar un sistema neoliberal. Si bien eso es un logro histórico -porque han cumplido adecuadamente para los cánones de lo que es políticamente correcto en una democracia de consensos- generó un problema grave. La Democracia Cristiana, que es el mayor Partido de la Concertación, ha sido desplazada de la posibilidad de ejercer nuevamente la presidencia de la República por decisión del voto popular. Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, para llegar a La Moneda, derrotaron primero a dos contendores democratacristianos. Y nadie les puede asegurar que en una futura confrontación la militancia concertacionista cambie de parecer y se incline por una mujer o un hombre de sus filas. De allí que la DC haya restañado rápidamente las heridas que dejó el paso de Adolfo Zaldívar por la presidencia del Partido y ahora esté abocada a explotar debilidades de sus socios. Por eso es que asumieron esa actitud draconiana en el caso de la corruptela de Chiledeportes. Por eso es que antes de que la justicia levantara el cadalso, ya habían ajusticiado a Guido Girardi. Ahora, con la misma rapidez han tenido que ultimar a uno de sus filas. Son costos de la celeridad de los tiempos de la política.
Allí han aparecido las descalificaciones. Y también han surgido en los llamados temas valóricos. Ya se sabía que había diferencias entre la DC y sus socios laicos del Partido Socialista (PS), algunos PPD y radicales, en materias tales como la píldora del día después, la eutanasia y el aborto. En este último tema, se ha llegado a extremos llamativos. Una mayoría circunstancial impuso una mordaza. El Parlamento chileno no puede discutir acerca del aborto. No es tema para intercambiar ideas. No existe. Hay que hacer notar que ya terminamos la transición y vivimos en una democracia plena. No es una ironía, ni siquiera es un mal chiste.
Pese a esto que pudiera parecer determinante y terminal, la Concertación tendrá que superarlo. La razón es bastante simple. La DC, los socialistas, el PPD, los radicales, desean seguir en el poder. Y por mucho que los democratacristianos coqueteen con la derecha, saben que no será fácil que puedan hacer con ella una coalición triunfadora. Eso, por un lado. Por otro, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI) quieren para sí el poder y no está en sus cálculos llevar a un democratacristiano como candidato presidencial. Si eso no fuera suficiente obstáculo, un desembozado viraje hacia la derecha provocaría numerosas bajas en las filas de la DC. Un costo alto que nadie parece dispuesto a pagar.
Por, lo tanto, es posible que veamos como los miembros de la coalición gobernante siguen pelándose los dientes. Pero las dentelladas dejarán heridas superficiales. Como son las heridas en la política. Pese a lo destemplados que aparecen algunos actores, nadie realizará actos suicidas. Todos saben que quedan tres años para arreglar el reparto. Me refiero a los roles de la obra, no de los panes.

LEALTAD

(21.11.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

La palabra lealtad, como tantas otras, parece haber entrado en desuso. Poco se habla de ella. Los lingüistas sostienen que es un sino de los tiempos. Los términos se gastan y entran en el olvido. Es así, qué duda cabe. Pocos son los viejos que aún hablan de “hacer una vaca” o de salir a “patiperrear”. Claro que en estos casos, son términos de uso coloquial. Términos que denotan una acción. No tienen un contenido valórico significativo. Pero la lealtad, como la felicidad -otro término fuera de circulación, igual que pueblo- poseen una connotación claramente valórica. Y si se los dejó de lado es porque su práctica no parece necesitarse. ¿No es necesario practicar la lealtad? ¿La felicidad se acabó como objetivo del ser humano? Prefiero no preguntarle a los lingüistas. Ni menos a los psicólogos. Me quedo con la explicación doméstica: Algo nos pasa.
Según la Real Academia Española, lealtad es el “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y de la hombría de bien”. Para estar de acuerdo con los tiempos y la realidad, tendríamos que agregar la “mujería” de bien. Curioso lo que ocurre. El cambio de los tiempos nos obliga, por un lado, a inventar palabras nuevas para darle un sentido menos excluyente al lenguaje. Y, por otro, nuevas prácticas parecen llevarnos a quedar mudos frente a comportamientos éticos esenciales.
Estamos viviendo en un país en que el poder se ha transformado en una golosina adictiva. Siempre ha sido así, según Nicolás Maquiavelo. Es posible que muchos piensen que el florentino era un exagerado impenitente. Lo ocurrido en Chile en los últimos ocho meses tendrá que haberlos hecho recapacitar.
Hemos sido testigos de violentas arremetidas contra el gobierno de la primera mujer que llega a La Moneda. Si no se tratara de política, uno podría pensar que ha habido ensañamiento por puro machismo. Lo concreto es que el espectáculo es bastante parecido al circo romano. Con la diferencia que en la arena no hay cristianos y los leones, entre otros, son democratacristianos. ¿A quien se quieren comer? A todo lo que se interponga entre ellos y el poder. Así de simple.
Para comprender lo que está pasando se me ha hecho necesario establecer una especie de tabla de prioridades. Y empecé por la presidenta Michelle Bachelet. Ella ha sido objeto de un sinnúmero de deslealtades. Empezando por las de su antecesor, el ex presidente Ricardo Lagos. La totalidad de las acusaciones de corrupción que penden sobre su administración vienen del gobierno pasado. Y Lagos no ha querido bajar del Olimpo. Algo debe ocurrirle con la historia al ex mandatario. En la Grecia antigua, los dioses descendían a terreno para arreglar entuertos o crearlos, es cierto. Pero no se quedaban tan orondos como si nada pasara. Mientras, la señora Bachelet tiene que dar muestras de mujería de bien manteniendo la boca cerrada.
Luego viene la Concertación. La Democracia Cristiana (DC) está empeñada en jugar un papel de pragmatismo extremo. Cuando le conviene, recuerda que pertenece a la Concertación. Cuando no, sus parlamentarios se sienten libres como las aves. Critican todo, como si desde 1990 no hubieran estado en el Gobierno. Los senadores Adolfo Zaldívar y Soledad Alvear, en pugna en el interior de la DC, se encuentran en esto de las deslealtades con La Moneda. Ambos declaran fuerte apoyo a la presidenta. Pero cuando pueden, sus dagas se clavan en alguna parte de la humanidad de la jefa de Estado. Ni qué hablar del senador del Partido por la Democracia (PPD) Fernando Flores. Y más vale no entrar en las diferencias por temas valóricos. Allí la pelea es un poco más amplia, entran los socialistas y hasta los radicales.
Siguiendo las prioridades, se pasa a los partidos. Entre DC y PPD, el asunto parece ajuste de cuentas. Casi como en la mafia. La senadora Soledad Alvear se ha transformado en un filoso cuchillo que saca lonjas de distintos lados. Su objetivo preferido es el senador PPD Guido Girardi.
Después, el PPD tiene su propio show. El personaje mayor en esto de ignorar la lealtad es el senador Fernando Flores. Pero él insiste en hablar de pureza y de limpieza política. Cree tanto en su capacidad, que está convencido de la imbecilidad del resto del país. Si fuera un poco menos soberbio y algo simpático, valdría la pena sacarlo del error. Pero, no, más vale no perder el tiempo. Hay que dejarlo tranquilo y esperar para advertirle que la política es una cosa y los negocios otra. Lo más curioso de lo que ocurre en este Partido es que con toda la bulla que por acción u omisión mete Flores, Girardi ha pasado a un segundo plano.
Pese a lo que pudiera pensarse, en la oposición las cosas no están mejor. El senador Pablo Longueira se declaró candidato presidencial y se lanzó contra su aliado Sebastián Piñera. No es necesario tener animadversión por la derecha para reconocer hechos históricos. Los principales enemigos de esta tendencia están dentro de ella misma. Y como nos encontramos en período preelectoral desde que asumió Michelle Bachelet, las bestias se han soltado en la Alianza por Chile.
De lealtad, cero. El poder es adictivo y hace más daño que una droga. Su uso debería penalizarse.

Invitación Asociación Nacional del Discapacitado Mental

Wilson Tapia Villalobos, Presidente de la Asociación Nacional del Discapacitado Mental (ANADIME), tiene el agrado de invitarlo al acto con que conmemoraremos 40 años desde que se fundó la institución. Para nosotros es motivo de gran satisfacción haber podido entregar cariño durante cuatro décadas y queremos compartir con Usted este momento especial.
La ceremonia tendrá lugar el 15 de noviembre, a las 11:30 horas, en Av. Ricardo Lyon 3020, Ñuñoa.
Su presencia contribuirá a darle un mayor realce a este evento.

S.R.C. 223-4204 204-1330 mail: anadime@galeon.com

ALTERNANCIA

(12.11.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Durante los próximos cuatro años, la palabra alternancia se repetirá de manera constante. Será una especie de sonsonete. Y en él estará la mayoría de la prensa del país. Porque en Chile los temas de la agenda los ponen quienes manejan el poder real: los grupos económicos. Que sus representantes naturales no tengan el gobierno, es un accidente que parecen dispuestos a remediar luego del mandato de la presidenta Michelle Bachelet.
Los últimos casos de corrupción, exacerbados hasta un punto límite, han servido para el lanzamiento de la campaña. Pero eso no es más que el pretexto. Lo verdaderamente importante es demostrar que el germen de la corrupción está en que la Concertación de Partidos por la Democracia va a enterar veinte años en el gobierno cuando Bachelet deje La Moneda. En otras palabras, que todo se arregla con que la manija estatal cambie de operador cada cuatro u ocho años.
El argumento es, a lo menos, discutible. No porque les asista poca razón en que una estadía prolongada en el gobierno es casi un astringente ético. No. Lo discutible es si la falta de alternancia constituye el verdadero problema que aflige al país. Estoy entre los que piensan que Chile no es corrupto. Pero también creo que el sistema que aquí impera se encuentra lejos de cumplir con las exigencias mínimas que se le debe hacer a cualquier democracia. En otros términos, el fondo del bosque se ve feo, no porque las ramas hacen sombra y dificultan el disfrute de su hermosura. La verdad pura y simple es que no hay tal belleza.
Desde hace treinta y tres años, vivimos en una nación que perdió el sentido de la participación. Entre 1973 y 1990, fue una dictadura -compuesta por militares y civiles- la que impuso los términos de la convivencia. En los últimos dieciséis años, esos términos no han cambiado radicalmente. Se sofisticaron. Las pruebas están a la vista. La concentración del poder económico experimentó tal incremento que nos llevó a ocupar el décimo lugar entre los países que peor reparten la riqueza en el mundo. Y eso significa aumento de la iniquidad y atropello a derechos humanos fundamentales, como educación, salud, vivienda, acceso a la cultura y a la información, entre otros. Estas falencias componen un escenario político bastante más amplio que el que pueda copar la alternancia.
Cuando Hernán Larraín, desde la presidencia de la Unión Demócrata Independiente (UDI), clama por la alternancia, y Carlos Larraín hace lo propio desde la testera de Renovación Nacional (RN) ¿qué están pidiendo? Cuando el senador Fernando Flores dice que no se vino de Estados Unidos, ni sufrió exilio, ni fue ministro de Salvador Allende, para participar en “una pandilla”, haciendo alusión a su militancia en el PPD ¿qué está diciendo? Cuando Jorge Schaulsohn clama por la alternancia ¿qué significa? Cuando algunos socialistas se ubican en esa misma postura, pero con menos exposición pública ¿qué pretenden? Finalmente, cuando el cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, aborda el tema ¿a qué obedece?
¿Oposición, Gobierno e Iglesia Católica, todos juntos? Sí. Todos comparten la idea de la democracia de los acuerdos. Pero si se analizan separadamente las razones de cada uno, las diferencias se notan. Larraín y Larraín están defendiendo la posibilidad de incrementar sus cuotas de poder. En otras palabras, de aumentar significativamente la capacidad de las bolsas de trabajo que deberían ser sus Partidos. En términos estratégicos, ensanchar más el campo de negocios hacia áreas que no fueron privatizadas en la dictadura. O sea, sus razones de fondo para plantear la alternancia poco tienen que ver con la corrupción o con una mejoría para el país. Si uno mira las cosas desde esta perspectiva, advierte que durante el mandato del general Pinochet -que Larraín y Larraín jamás condenaron- estuvo la génesis de algunos grupos económicos que hoy ocupan posiciones dominantes. Partieron prácticamente desde cero, apropiándose de empresas y bienes del Estado. Si eso no es corrupción, ignoro el nombre que pueda dársele. Con una agravante para Larraín y Larraín: en estos dieciséis años de democracia, el empresariado nacional no ha dado muestras serias de mayor sensibilidad social. El aumento de la concentración económica da prueba de ello. No ha habido chorreo.
El caso del senador Flores es distinto. En realidad se vino de Estados Unidos -que es lo único relevante, porque el exilio fue en USA, y que haya sido ministro de Allende es ya casi un accidente-, porque prefería ser pelo en cabeza de ratón que pelusa en la cola del león. Y a ello obedece que se acoplara a “la pandilla” del PPD. Eso, en política. En los negocios también tuvo ojo selectivo. Creó, junto a Agustín Edwards y Hernán Larraín -no es alcance de nombre-, Ciencia de la Vida, fundación para realizar ingeniería genética. Además estableció País Digital, a fin de desarrollar una nueva cultura en sectores empresariales, gubernamentales y educacionales. Sus socios allí son Agustín Edwards, Alejandro Foxley, Cristián Piñera, Blas Tomic, Gonzalo Rivas y Pedro Rosso.
Lo de Schaulsohn, en cambio, tiene un tono menor. Su olfato político es más bien estrecho. Y en cuanto a los negocios, que parecen ser su verdadera vocación, está pavimentando el camino para tareas de envergadura.
El caso del cardenal es más bien coyuntural. No quiere quedarse fuera de la foto. O que lo acusen, como lo hizo la UDI ante el caso Spiniak, de “silencio cómplice”. Pero es lo suficientemente hábil como para cambiar el cortante y certero “sin comentarios”, por una reafirmación del sentido democrático de la voluntad del pueblo.
En resumen, todo pareciera pura parafernalia para defender posiciones de poder. Nadie va al fondo del problema. Lo que está mal es el sentido que la política tiene aquí. Son las respuestas individualistas. Es la inoperancia de los Partidos. Es el cambio de líderes políticos por administradores. El trocar el interés general por el bienestar personal o corporativo. El estimular la competitividad para alcanzar el éxito, dejando completamente de lado la felicidad. En pocas palabras, desechar el amor, que es aglutinante permanente en cualquier sociedad humana. Y eso, no se cura con alternancia.

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