El blog de Wilson Tapia Villalobos

Wilson Tapia Villalobos, Periodista, Director de la Escuela de Periodismo, Universidad La República.

martes, diciembre 19, 2006

¡ALELUYA!

(17.12.06)
Por Wilson Tapia Villalobos

Los textos de historia lo dirán. En el año 2006 se abrió el cielo y un rayo luminoso cayó sobre una angosta faja de tierra. En cuanto al color del haz, habrá distintas versiones. Que azul, dorado, blanco, rosado -nadie se atreverá a decir derechamente rojo-, violeta, en fin, no existirá acuerdo. Pero todos coincidirán en la potencia de la luz aquella. También en que bajó de lo alto y que melodías incomprensibles acompañaron su paso. Las teorías al respecto serán numerosas. Casi todas apuntarán a que los oídos humanos, imperfectos, fueron incapaces de comprender los arpegios. Y en cuanto a lo que vino después, las páginas de la Historia se transforman casi en crónicas. Son profusas. Recogen una zalagarda en que participan personajes de distinto pelaje y responsabilidades.
Eso, seguramente, recogerá la Historia. Mientras tanto, la estamos escribiendo. AportanJustify Fulldo datos para este gran cuento que representa el desarrollo de la nación chilena. Pareciera que nos encontramos inmersos en el descubrimiento de la moral. Todos aquellos que creen tener alguna gravitación, asumieron el tema valórico. Y para eso recibieron distintos apoyos, reales o fraguados. Desde píldoras anticonceptivas, a raterías y desfalcos al erario nacional.
De pronto, los dirigentes políticos y hasta líderes religiosos, cayeron en cuenta de que en esta copia feliz del edén, algo no andaba. Mucho con los éxitos macroeconómicos, mucho con la imagen del Chile exultante de logros comerciales, pero poco, muy poco, con el crecimiento interior. En resumen, creyeron descubrir que la corrupción, como una macha de aceite, se expandía por la epidermis del país. Y eso bastó. Iluminados todos, sacaron sus armas y se aprestaron a la gran batalla moralizadora. Antes, como buenos estrategas, fueron a la calculadora, sumaron y restaron.
Estamos en plena batalla de este año glorioso. La derecha crucifica al gobierno de Michelle Bachelet por no cortar de cuajo las hebras de la corrupción. El cardenal Francisco Javier Errázuriz clama por una nueva moral que ilumine, mientras visita en su lecho a un delincuente enfermo. Los partidos de Gobierno también han saltado a la arena, tratando de evitar que las lanzas opositoras demuelan sus estructuras. En resumen, todo un espectáculo propio de la virtualidad en que vivimos.
Si uno mira las cosas con alguna perspectiva y un poco de sentido de la trascendencia, puede creer que estamos ante un verdadero milagro. La derecha no ha escatimado epítetos para mostrar al Gobierno actual y a su sustento político, la Concertación de Partidos por la Democracia, como una manga de inmorales ladronzuelos que, peso a peso, quieren llevarse el erario nacional a las cajas fuertes de sus partidos. Y, algunos, directamente a su casa. Iluminados de improviso, los dirigentes de Renovación Nacional (RN) y de la Unión Demócrata Independiente (UDI), son categóricos. Como siempre ocurre con aquellos que de pronto toca, por circunstancias ignotas, el efluvio de la divinidad.
Por desgracia, este estado de santidad no llegó antes. Habría evitado tantos males. Por ejemplo, que el Estado chileno sufriera el desmantelamiento, en dictadura, de sus estructuras productivas vendidas a precio vil. Y hoy no tendríamos que escuchar a uno de los que se benefició con tales argucias, el ex candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera, hablando de corrupción y mirando hacia el frente. Nos habríamos ahorrado el sermón moralista de los dirigentes de la UDI que se encontraban en primera fila en el funeral del general (r) Augusto Pinochet. Allí estaba hasta el presidenciable Pablo Longueira, olvidado, al parecer, de sus críticas a la preponderancia del dinero sobre lo humano. Chile se podría haber evitado escuchar a Carlos Larraín, presidente de RN, pontificando acerca de los peligros de “la extrema izquierda” en el gobierno. Con algo más de sofisticación -y espero que sin connotaciones de género-, Larraín debe compartir el contenido del refrán a que era tan adicto el general muerto recientemente: “Matando a la perra, se acaba la leva”. Sus sumas y restas lo habrán llevado a la conclusión, igual que a sus aliados, que este es el momento para desguazar la Concertación.
En el bando gobiernista el rayo también produjo efectos. Primero tocó al senador Fernando Flores. Arremetió en contra de su propio partido, el PPD, tratando de desbaratar la máquina con que lo maneja su contrincante, el también senador Guido Girardi. Pero en sus palabras dejó claro que la corrupción había llegado a la política, en general, y a la Concertación, en particular. Incluso advirtió que después de estas escaramuzas lo que viene es el crimen político. Todo apocalíptico, como corresponde a un mensaje ultraterreno.
A Flores lo siguieron el democratacristiano Edgardo Boeninger, el PPD Jorge Schaulsohn y socialista Gonzalo Martner. Los únicos que faltan en este maratón de flagelaciones son los radicales. Es posible que por pequeños, esperen pasar inadvertidos y no tengan que hacer suyo este lamentable tema de la corrupción política. Como son los parientes pobres de la Concertación, puede que los desvíos de dineros fiscales para sus campañas hayan sido del mismo calibre del peso que les dan en el Gobierno: escaso.
Lo que llama la atención en este coro autocrítico, es que haya esperado diecisiete años para cantar. Todos reconocen que son hechos que existen desde el arribo de la Concertación a La Moneda. Schaulsohn, con su mirada siempre grandilocuente, llegó a hablar de ideología de la corrupción. Y si todos sabían ¿por qué sólo ahora decidieron hacer la denuncia? Flores, Boeninger, Schaulsohn, Martner, no han sido ajenos a los gobiernos de la Concertación. ¿Por qué no hablaron antes y evitaron el robo y, de paso, que la corrupción creciera?
La respuesta puede ser simple, pero variada. Schaulsohn, parece haber llegado a la conclusión que las clarinadas que acompañaron al rayo maravilloso anunciaron la creación de un referente de centroderecha -PPD, DC y RN incluidos- en que él sería una especie de tótem viviente. Los restantes personajes tal vez hicieron un cálculo menos personal y coligieron que la clave es el tiempo. Posiblemente, las sumas, las restas y, en este caso también las multiplicaciones y divisiones, los empujaron a subirse al carro de la denuncia. Y más valía ahora que después. Con razones bastante mediáticas y afincadas en la virtualidad social y política en que vivimos, saben que es difícil mantener las noticias en el tiempo. O, más claramente, el interés por un tema no puede durar mucho. Jamás cuatro años. Por lo tanto, aceptar las culpas ahora ayudaba a mostrar una actitud ética transparente -igual que la de la derecha- y para la próxima elección, capaz que todo partiera de cero.
Yo sigo esperando que llegue verdaderamente un rayo milagroso. ¡Aleluya!